sábado, 21 de agosto de 2010

De Mejores Amigos a Desconocidos

Y en mis manos solo quedó el recuerdo
De lo que fue, lo que no fue y que no es…
Joetich Lesai Fanh. (2008) “Cariño Quimérico”


Mariano y Fabricio, dos imberbes con hambre de mundo y sed de aventura, cuya pasión por el vino, el juego y las mujeres alcanza excitación tal, que los mismos dioses del Olimpo se regocijan a costa de las musas y las discusiones de Amón Ra cuando Thor agita su furia contra Tláloc, del otro lado del globo (balón, esfera o pedazo de papel, da lo mismo) donde todo sucede pero nada pasa, y todo pasa pero nada sucede.
Viejos conocidos de una infancia plagada de risas, juegos y uno que otro grito desesperado de una meretriz en la siguiente calle. Su adolescencia no estuvo lejos de los juegos obscenos y los programas televisivos sobre fútbol y nuevos talentos artísticos, cosa digna de los agorafóbicos y no-lectores de Julio Verne. Sus padres, empresarios del erotismo banal y las grandes cantidades de drogas socialmente aceptadas. Sus amigos, la compañía de un cigarro parlanchín y la imagen de un Van Gogh o un Da Vinci, donde siempre era la última cena con una noche estrellada. Quizá porque el cigarro parlanchín, ávido conocedor de lo grecorromano y del arte romántico, hablaba incesantemente sobre técnicas y manejo de tonos mientras bebía su siempre interminable vaso de vodka. O quizá porque Van Gogh no se parecía en nada a Shostakóvich y la música lograba estrellarse en una noche con la pintura, siempre contando con la presencia del vodka y círculos violetas.
En fin, dos amigos cuyas historias se habían entrelazado por cuestión del azar (dice Albert que Dios no juega a los dados) (pero dice Friedrich que Dios ha muerto). Al llegar a la flor de la juventud, la cual, para la mayoría de las masas se convierte en cempasúchil en vez de una rosa, en el mejor de los casos, negra, Mariano y Fabricio salieron de Pisa y llegaron a Paris, la ciudad del amor y de los amantes, donde acontecen sucesos como los desconocidos volviéndose mejores amigos.
Estos dos amigos emprendieron un viaje de negocios, el cual se convertiría en un viaje de caos. Caos. Será que el caos es un orden superior de algún espíritu, o será el concepto humano de explicar lo inexplicable, o será un patrón matemático sobre un número de doscientos dieciséis dígitos, o será una agrupación musical de canciones no feministas, o será simplemente la puerta hacia un universo paralelo, o será la llave para librarnos de las cadenas y salir de la cueva. En este orden, o en cualquier otro orden con cualquier otra opción en consideración, el caos es la condición natural del ser humano, donde la causa y el efecto son sólo percepciones para los débiles de intelecto y los pobres de alma. Detalles.
Mariano y Fabricio llegaron a la capital del amor. Reconocieron un olor a finas joyas, abrigos llenos de polillas por su nicht-uso, y sonido bello en sí proveniente de Debussy (o algún estudiante del Conservatorio de Paris). Mientras se encaminaban hacia la Torre Eiffel, sus ojos se deleitaban con los sabores parisinos: las chicas de ascendencia mexicana (una llevaba una mochila azul) que caminan buscando una oportunidad de actuar, de convencer al público sobre una realidad que no existe, pero que existe en Hamlet y Edipo; también se encuentran los hombres argentinos que rondan a los 40 años, pero cuya sabiduría (mente proterva y traicionera) ronda a Aristóteles en disolución con Dixieland y un toque de Miguel Ángel; quizá valdría la pena mencionar el sabor de un cigarro y una copa de Rotwein en un pequeño café en la rue des Lombards, todo mezclado con el gorjeo de algún pájaro perdido en su ruta hacia el sur. Pero si en fragancias y sabores se pudiera resumir toda la historia de una ciudad, la belleza de miles de almas conviviendo en una relación aislada, la sustancia de la ciudad se trastornaría en una simple ecuación química donde pájaro más polillas dan como resultado Paris (para el momento en que esto sea leído, Jeremías aun estará intentando balancear la ecuación). Además, la multifactoriedad de datos junto con lo cambiante de los seres humanos puede hacer que el Paris de hoy no sea el mismo al Paris de ayer, pero probablemente muy parecido a la Babilonia de hace tres mil años o Rio de Janeiro en cinco años más. Pero el cambio de Paris, la evolución como un buen darwinista lo llamaría, no se debe al cambio de sus habitantes, pues los habitantes son entes de una realidad totalmente distinta a la realidad de Paris, personaje solitario, único componente de su realidad, así como Mariano es el único de su realidad y Fabricio es el único de la suya. Por lo tanto, Paris es una realidad, la multifactoriedad de datos es otra y el número de doscientos dieciséis dígitos es otra.
Después de conocer Paris como cualquier buen turista, tomando tantas fotografías como es posible y permitido, intentando capturar la realidad de un segundo y un semáforo en rojo, Mariano y Fabricio se dirigieron a casa de Jean, buscando cerrar el negocio transnacional. Sentados en una terraza, Mariano, Fabricio, el cigarro parlanchín, el vaso de vodka y Jean discutían sobre ideas de la muerte y el beisbol, producto de una concentración alta de C21H23NO5. Claro estaba que un ataúd y una casa llena se encontraban en una misma realidad, pero una realidad poblada de caos y C21H23NO5. Pero el negocio es negocio, y por más de tener al cigarro bebiendo vodka mientras hablaba sobre Marco Aurelio, el colesterol alto y el subterráneo neoyorquino, Mariano, Fabricio y Jean hablaban sobre cifras, molaridad y el transporte por tren. Después de doscientos dieciséis minutos de regateos, y con euros más y euros menos, se completo la operación financiera, donde dos empresas se comprometían a ser, una la prestadora del bien y la otra, la compradora y distribuidora. Típico contrato comercial del capitalismo, de la burguesía reinante en un mundo inevitablemente anarquista, pero con una máscara comunista y un disfraz keynesianista. Y en algún remoto lugar del planeta, aún hay personas para las cuales la secesión y Abraham Lincoln son tan importantes como Peter Pan y la sombra de una palmera, y esto es debido a que cada una de estas personas viven en su realidad única y autónoma, su burbuja de cristal, una realidad cuya interpretación depende del punto de vista, del trasfondo personal del individuo existente en la realidad. “Existo, y si me da la gana, puedo intentar pensar”. Mariano y Fabricio recibieron un adelanto del importe total del bien comprado por Jean.
El cigarro parlanchín seguía bebiendo vodka y hablando sobre globalización.
Mariano salió de casa de Jean, seguido de Fabricio. Fabricio no acepto del todo el trato marianesco, pero firmó el contrato. ¿Incoherente? Simplemente coherencia del caos y una realidad diferente, una auténtica irrelevancia. Caminaron hacia la estación del tren, buscando regresar a Italia esa misma noche. Subió Mariano al tren, mientras Fabricio compraba los boletos. Interesante paradoja de un empresario cerrando un micronegocio sobre un servicio, cuando segundos antes, había cerrado un macronegocio en compañía de C21H23NO5. En fin, Francia e Italia no existen en la realidad, quedarse o irse sigue siendo una cárcel del mundo físico, del espacio y del tiempo, una cárcel metafísica y se transmuta, se vuelve un hogar para la mayoría de los ciudadanos del mundo, donde un boleto de avión, una acción-reacción y una papeleta para una votación son, exactamente e inevitablemente, las reglas de vida y conducta. Una vida tan cómoda sumidos en la mediocridad y la indiferencia, donde nada cambia, y si cambia, fue por una causa, el efecto de una acción, probablemente descrita por una función matemática, una relación físico-química o una actividad enzimática.
Y el cigarro parlanchín seguía bebiendo vodka y discutiendo sobre moda en Milán.
Mariano, por su parte, leía informes en un periódico francés sobre una variación negativa de la bolsa. Cero punto treinta y siete por ciento rojo. En seguida, leyó un resumen deportivo acerca de algún partido que se había desarrollado en algún punto de Rusia. Nunca estuvo completamente seguro si fue en Rusia o en Egipto, la verdad, su lectura era superficial y banal, pues su mente se encontraba conversando con el cigarro parlanchín y bebiendo vodka. ¡Ah, la sensación del vodka en la boca! ¡Dulce placer mortal! Pero la memoria es traicionera, recordando perfectamente el sonido del diario cuando la página fue cambiada; en ese momento, apareció ante sus ojos un pequeño reportaje sobre un tsunami en alguna parte del sureste asiático. Número de muertos: cerca de los setenta mil. Número de desaparecidos: ronda los doscientos dieciséis mil. Pérdidas materiales: estimadas en más de noventa millones de dólares. Y el C21H23NO5 se acabó. Mariano se levanta, sin apuraciones ni contratiempos, del asiento y se dirige al baño. Tranquilamente, saca del bolsillo un dispositivo desconocido por los mayas. Nuevamente hay C21H23NO5.
Fabricio busca a Mariano, pregunta a un señor, a una dama y a un vendedor de boletos. De pronto, lo ve en un vagón, saliendo del baño. Lo llama. Informa que los boletos se han agotado. Catástrofe parisina. Pese a esto, estar en Paris, estar en Italia, estar en Sri Lanka da lo mismo. Salen y rentan un cuarto de un motel barato. Fabricio pide a Mariano, Mariano saca del bolsillo y entrega a Fabricio. Un amarre, dos toques, un movimiento rápido y el cigarro parlanchín se encuentra nuevamente con ellos. Amenaza una velada llena de vodka, C21H23NO5 y discusiones insignificantes con un (tras)fondo multidireccional, a piacere, si se permite la expresión. Fabricio corrige, lo que pasa en el mundo.
El cigarro parlanchín, sin dejar de beber vodka, empezó a hablar sobre el vacío existencial.
“Si tan sólo el humano supiera qué hacer con su vida. Andan de un lado a otro, vagando a la deriva por un mundo cuya realidad no incluye una relación fuera del Ego, sino un mundo preocupado por sí mismo, únicamente por sí mismo. En fin, el humano vaga y vaga en la inmensidad del tiempo y el espacio. Es curioso cómo tiempo y espacio son conceptos creados por el hombre, conceptos cuyo origen es innegable, pues como el hombre son imperfectos.
Hablemos, pues, del tiempo. La referencia de en el principio del tiempo es poco válida, puesto que ningún humano, ni uno solo, es capaz de lograr establecer el alfa del tiempo. Pero os tengo una noticia, para todo aquel que cree en el mañana o en el ayer, debido a la incapacidad total para establecer el principio o el fin del tiempo, sólo existe el hoy. Y lo que no existe, no debe ocuparnos. Si alguien cree en lo que existió, se encuentra en un grave error. Lo que existió no existe, por lo tanto, no importa. Ahora bien, si afirmamos que no existió ni existirá, porque la realidad sólo existe, el lenguaje se vuelve un método esclavizante para el mismo humano. El uso de cualquier tiempo verbal no correspondiente al presente es, simplemente, una paradoja.”
“¿Paradoja?, sí el cigarro ya lo dijo; no existe porque es pasado” pensó el empresario, mientras bebía un trago de vodka.
“Pero todo esto encierra una nueva paradoja dentro de sí, y analicemos desde el punto (plano/espacio) donde negar la existencia del pasado anterior es negar la existencia de uno mismo, pues no existí ni antes del segundo en el que vivo, ni existiré después del mismo. Por lógica y siguiendo este razonamiento (del razonamiento y la lógica me ocuparé después) el ser humano no puede estar en el tiempo; en cambio, el ser humano es un ser atemporal. Así es, un ser atemporal. El ser humano existe a pesar del tiempo, concepto creado para establecer referencias que, al mismo tiempo, son cadenas. Si Platón pudiera escuchar esto, reconocería las cadenas cuya función y maldición es mantener al cuerpo y a la mente dentro de la caverna, observando solamente sombras en vez de los objetos. Y las barreras del tiempo, del ayer, hoy y mañana, lo único funcional en ellas es evitar que el pájaro azul levante el vuelo. Aprisionan la mente, no permitiéndole ver más allá de las horas, los minutos y los segundos. Debemos librarnos de las cadenas, romper paradigmas, y levantarnos de nuestra terrible condición vegetal, una condición caótica donde, ni la mujer ni el hombre, pueden conocer la verdad, una verdad que os hará libres”
El otro socio de negocios no se permitía, para este punto de la velada, pensar en pájaros azules, pues acababa de obtener su dosis número doscientos dieciséis de C21H23NO5, además de otro vaso de vodka. Intentó recordar: cerca de seis dosis en dos horas, podría aguantar aún un poco más.
“Ahora bien, el espacio nuevamente es, junto con el tiempo, una cadena más para el ser humano de esta época. Si el humano pudiera considerar la posibilidad de salir de las fronteras espaciales y dimensionales cuya consecuencia es provocar un mundo más cómodo, podría entender muchas posibilidades de verdad”
“¿Cadenas? ¿Por qué todo son cadenas?” decía el vodka en el cuerpo de los italianos.
“Pero, ¿a quién le gustaría vivir encadenado? ¿A quién le gustaría ceder su libertad? Al hombre de hoy, personaje paradójico que cede su libertad al sistema, a la naturaleza o al gobierno, con tal de poder vivir en un mundo de confort, donde hay un tiempo para referenciar, un espacio para existir, y una relación causa-efecto para explicar. Esta es la desgracia del humano, no puede pensar más allá de los segundos, los metros y las reacciones. Y todo eso deriva en el hecho de no lograr encontrarle sentido a la vida (cabe hacer la aclaración, a manera de pie de página, de no confundir entre no encontrar sentido y ser sinsentidista, sobre todo por la aplicación existencial de la primera expresión). El sentido o el propósito va más allá de los segundos, pues es del ser humano, y junto con el ser humano proceden de la misma naturaleza: atemporal. En el momento en el cual los ojos logren ver a través de las barreras espaciales, temporales y físicas, en el momento donde la causa y efecto no sea una relación absoluta, sino simplemente dos acontecimientos independientes y autónomos cuya tendencia osmótica es estar juntos por algún capricho del destino, será en ese momento cuando el ser humano se verá en posibilidad de descubrir su propósito, su sentido en la vida.
Y al conocer tu propósito, entonces llegarás a la habilidad de ordenar, hasta cierto punto, tu realidad. Digo “hasta cierto punto” debido a la condición natural del ser humano, el caos. Aunque la gente se empecine y ponga entusiasmo, sudor y lágrimas por lograr un mundo con orden y metódico, jamás, jamás se lograra una realidad con una metodología exacta. Es por esto que el humano es caótico, y por lo mismo que las ciencias exactas son terriblemente falaces. Conocido es, y negado es, para el humano: lo único absoluto es que nada es absoluto. No se niega la posibilidad de alguien intentando probar lo contrario, empero caerá ineludiblemente en el error del metodicismo, pues niega su propia naturaleza y se aferra a buscar una idea utópica, cuyo único fin es buscar la realidad como un concepto fácil y simple. La simplicidad, tan mal entendida por las masas como lo fácil. La simplicidad es, quizá, uno de los conceptos y estados más difíciles en esta realidad tan caótica. Una realidad, definitivamente, única e irrepetible para cada individuo. Lamentablemente, en la realidad individual sólo existo yo, sólo existe el ego y nada más. Y debido a esto, la realidad se vuelve en algo terriblemente solitario, pues nacemos solos y morimos solos; vagamos por la vida solos, con ilusiones sobre compañías, sobre familia (extraña estructura social creada para satisfacer la necesidad de compañía cuando, paradójicamente, ahora hace que la gente se sienta cada vez más sola en nuestros días), sobre relaciones interpersonales cuya veracidad y realidad no podemos ni siquiera comprobar. Así es la realidad del humano: caótica, incoherente y sola. Pero lo peor es: no hay forma de escapar de algunas normas sociales y culturales. No hay forma de expresarnos si no es a través del lenguaje, el cuál es limitado, deficiente y falto de veracidad al momento de describir cientos de situaciones, sentimientos y olores musicales. Vivimos en una realidad caótica alimentada de fuerzas que ni siquiera son existentes dentro de nuestra misma realidad, nuestra realidad personal, nuestro punto de vista. Eso es la realidad, un punto de vista con el cual nos movemos en la vida; un punto de vista cuya tendencia (osmótica), generalmente, está sobre y hacia el error.”
Doscientos trece miligramos de C21H23NO5 y mil doscientos dieciséis mililitros de vodka.
“Y quizá yo esté equivocado en mi punto de vista sobre la realidad, pero es mi realidad”
¡Vaya! Más de dos litros de vodka y doscientos cincuenta miligramos de C21H23NO5 permitieron a los dos empresarios conversar con su mejor amigo, el cigarro parlanchín. Una luz apagada, un reloj marcando las tres de la mañana y un olor a mate del cuarto de al lado. Dulces sueños.
Amaneció. El cigarro parlanchín ya no estaba, pero había dejado su vaso de vodka. Aun quedaba un poco. Un trago mañanero para animar el alma y corazón. El italiano tomo su maleta dejando un cuarto en caos. Pensó en el caos, en el cuerpo inerte y resolvió por aceptar el caos como condición natural del cuerpo. Pagó y salió de la habitación, encaminándose nuevamente hacia la estación del tren. Encaminóse pues, con diligencia y solemnidad, a comprar un boleto Paris-Pisa.
Mientras abordaba el tren, observó atentamente a su alrededor. Reflexionó acerca de su naturaleza caótica y realmente quedó estupefacto con tan sólo imaginarse la avidez con la que los matemáticos buscan patrones para ordenar el caos. Inmediatamente, vino a su mente la conversación con el cigarro: “en la realidad individual sólo existo yo, sólo existe el ego y nada más” Sería entonces inútil pensar sobre matemáticos buscando patrones o sobre economistas buscando evadir impuestos, nada de eso existe. La mente lo crea, lo percibe a través de sentidos cuya fiabilidad es nicht-fiable, unos sentidos que juguetean con la percepción de la mente, creando ilusiones sobre una realidad falsa, pero realmente cómoda. Una realidad con referencias, existencias y explicaciones. Pero una realidad fantasiosa, una realidad irreal.
El tren comenzó a moverse, y el vodka empezó a fluir por los labios, por la boca,…, rápidamente llegó a la sangre y al cerebro. Sensación tan placentera para llenar lo superfluo. El italiano no quiso pensar más sobre realidades, vacíos existenciales ni números de doscientos dieciséis dígitos. Tuvo un extraño sentimiento de soledad, el cual atribuyó al vodka. El viaje fue, entonces, bastante rápido. Al llegar a Florencia y transbordar hacia Pisa, el alegre italiano compro un litro de vodka y realizó rápidos movimientos. Nuevamente había C21H23NO5. Durmió todo el trayecto.
Al llegar a Pisa, se dedicó a caminar por las calles llenas de una historia romanofacista. Caminó por horas, pensando en todo y pensando en nada, pues el todo es la llenura del nada, y el nada es una totalidad, un todo. Deambuló bajo la luna italiana, conoció y reconoció un paisaje familiar. Volvió a escuchar esas risas, esos juegos y esos gritos de rameras. En fin, recordó un Van Gogh, un disco de Shostakóvich y una copa de Rotwein. Pasaron varios días, en los cuales simplemente vagó por la ciudad, sin propósito ni fin, pero increíblemente relajado, bebiendo vodka e inyectándose C21H23NO5.
Pasados ciertos días, recorría cierta plaza de Pisa, con una alegría tal que ni la misma Alicia, ni el cigarro parlanchín podrían comprender. Caminaba con una indiferencia hacia el Sol y hacia el e-i-gual-a-e-me-ce-a-la-dos, cuando notó unos carteles cerca de la esquina del café. Se aproximó al lugar donde estos se encontraban, tomó uno y lo leyó. El cartel anunciaba la desaparición de un Fabricio o Mariano, nunca leyó bien. Se ofrecía recompensa por él. Observó con detenimiento y atención la fotografía del sujeto desaparecido. Dejo caer el volante, dio media vuelta y se marchó. Al fin y al cabo, era un desconocido para él, el cartel era irrelevante, la fotografía era normal y le daba lo mismo…


Joetich Lesai Fanh
06-X-2009

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