viernes, 7 de diciembre de 2012

Primavera


Querer y ser querida…
Ni apetezco más
Ni conozco mayor fortuna.
Leandro Fernández de Moratín. (1805) “El sí de las niñas”

Desafiante al frío invernal, despacio y a poco se sacude los restos de la noche que muere lentamente conforme los cálidos rayos acarician todos los resquicios de la tierra emblanquecida. Con cierto letargo de costumbre, encaminó sus pasos hacia la dirección ya conocida. Era cierto que el frío enmudecía sus movimientos, como intentándolo disuadir de sus objetivos cuyo único fin visible era la inminente progresión gradual hacia el fracaso inevitable o la victoria sublime. Claro, en términos de fracaso inevitable y victoria sublime habría que colocarnos en un plano extremadamente (y extremista también, pese a la cacofonía) capitalista donde la valía de un suceso recaía en su capacidad por constituir un ente descargable en alguno de los dos estados, los cuales se fundían en un caldo estrepitoso de corridas y vidas ajetreadas hasta el alba de un nuevo día y la vida sigue y habrá nuevas victorias extremistas y nuevos fracasos extremos mientras todo se disuelve en un punto inevitable y sublime, si se quiere poner en esos términos.
Mientras estos pensamientos revoloteaban por su cabeza, pasó junto a la panadería. Un olor en extremo grato se apoderó de su atención, mientras las preocupaciones anteriores sobre los inevitables extremos se confundían en esa fragancia inconfundible a alimento. En cuanto apareció la palabra alimento, sintió como una fractura, como un caer infinito en algo que no se puede ver, pero se sabe se está cayendo; algo así como la boca del lobo o la noche de las ánimas embravecidas en la espuma del mar cuando luchan contra la costa escarpada a fin de lograr el resquebrajamiento inminente (y volvemos a la inminencia, a la eminencia, a la preeminencia, a jugar con palabras como alfileres, o palillos chinos que salen del cilindro contenedor y se dispersan sobre la superficie deseada, y entonces, cada jugador elige el palillo deseado y lo retira con extrema precaución para no disturbar a los otros, así como cada poeta retira la inminencia del espacio tratando de no disturbar a la eminencia) de las formaciones rocosas a lo largo del tiempo.
“A lo largo del tiempo”, otra vez llegamos a la fractura, a intentar mesurar lo inmensurable. Darle largura a un elemento con características tan abrumadoras que resulta imposible buscarle un lugar dentro del gran librero donde los mepoab buscan desesperadamente en las enciclopedias lo que no encuentran en la vida. Algunos incluso se desgastan manipulando conceptos con tanta rudeza que olvidan la pureza de su esencia (rudeza/pureza/esencia, palabras dignas para una oda, o quizá desarrollar los motivos hasta volverlos una sinfonía para cello y orquesta opus fünfundzwanzig). Y entonces hay vacunas para la rabia, pero no buscan curar la rabia, sino más bien algo quizá más noble por la estupidez de sus objetivos, pero menos digno de atención, quizá también por sus objetivos.
Y fue entonces como entre palillos chinos, esencias y vacunas, llegó finalmente a su destino. Las gélidas calles se mostraban como el escenario perfecto para llevar a cabo el drama. Incluso, pensó que alguien manipulaba todo a placer, y aunque era invierno, la carta podía deslizarse hasta el retoño de un pequeño capullo en la punta de este árbol. Quizá incluso podría llover un poco, y esa lluvia alimentaría el verdor naciente de los seres que despiertan del descanso para iluminar cada paso en la vida. ¡Cuánto le gustaba esa época! Todo se congeniaba en un ir y venir verde, una sinfonía que se desataba por la acción de un venado que, lentamente, invocaba al hada de la flora, quien sin perder el menor tiempo, pasaba a cultivar a sus hijos e hijas para enseñarles su triunfo contra la dama invernal. Entonces, el hada volaba gustosa a lo largo del bosque hostil, lleno de verdaderas marañas de aguanieve que a poco se derretía en caudalosos riachuelos para los hijos e hijas del hada. Sin embargo, a veces el hada, en su afán de devolver la antigua galantería a los míticos habitantes de la zona, subía por la montaña y se encontraba con el ser maligno sumido en un profundo sueño; pero ella no sabía que era maligno ni que era un sueño y provocaba a ira al ente maligno que escupía fuego y quemaba con sus ojos todo cuanto veía. El hada huía despavorida mientras el pájaro consumía todo a su paso y el grito ahogado de las hijas y los hijos que no hallaban salvación terminaba por vencer a nuestra hada. Y sin embargo, ahí otra vez el venado le enseñaba que del más oscuro escenario podían renacer todas las hijas e hijos asesinados a sangre fría por el pájaro y el hada, desbordante de alegría, reverdecía nuevamente el paisaje y se podías sentir un ambiente a césped y a cielo, como a verde y a azul. Pero la dama invernal no tardaría en regresar y con su elegancia característica, sacaría esa pequeña botella de cristal con un elixir sólo por ella conocido, y lo esparciría cual escarcha, como un hechizo sobre los míticos habitantes para protegerlos del ambiente inhóspito. Pero él, mítico cual relato, no se dejaba hechizar por la dama, y ahí estaba haciéndole frente al reinado para poder estar con su amada. Y sin embargo, más que su propio poder para desafiar a la dama invernal, estaba ese algo que se eleva por encima de todos y todo, incluso de los mepoab, y era ese algo que había decidido el escenario para el clímax oportuno, aunque él no se quejaba, pues admitía cierto poder en el invierno necesario para su odisea.
Ahí estaba él, fijo cual estatua. Había de admitir que su corazón revoloteaba por invocar a su amada. Invitar e invocar, algo así como dos gemelos idénticos, con diferencias apenas notables para el ojo observador. Pensó en invocar y luego en invitar (ya que en y luego realmente no eran de mayor importancia, algo así como una gallina y un huevo, como un hacer y un deshacer, aunque admitía que necesitaba de los dos para darle sentido a cada uno), y entonces supo que él invocaba esperando ser invitado, aunque él anhelaba ser invocado y poder invitar. Invocar era como buscar conseguir algo sin considerar las consecuencias. La desviación ineludible con las letras; como/conseguir/considerar/consecuencias. Un tanto un abuso, darle cierta preferencia a una letra sobre otra, y para hacer más escandalosa la situación, hacerlo de manera deliberada. Recordó haber visto en el supermercado una extraña sopa como de pasta pero en forma alfabética. Lo divertido del asunto fue cristalizar una visión, cientos de trabajadores dedicados de manera impasible a producir montones exuberantes de una letra en particular. A él le agradaban aquellos subordinados cuya responsabilidad era la tercera letra del alfabeto. Quizá hubiera sido más divertido usar letras griegas, pues supondría un desafío mayor para todas las desdichadas almas cuyo infortunio había sido condensado en aquella pesada labor (aunque para los griegos seguramente implicaría el mismo tedio). En fin, se dispuso a ver aquellas graciosas combinaciones de letras, siendo la primera simple pero multifocal, pues referíase a un comparativo, así como una acción y en otros casos más, a una palabra enfática, distintiva de expresiones interrogativas o exclamativas. La segunda era más sombría, si es que había luces y sombras. Primero indicaba acompañamiento y luego indicaba seguimiento; se asemejaba a la vereda donde pocos transitan pero todos comentan, aquel camino sinuoso lleno de irregularidades que propician el tropiezo de los viajeros, y por eso había un acompañamiento. Podría ser eso, o bien podría ser una noche de jazz, donde la compañía se hacía ineluctablemente necesaria, pues para ir por esos acordes rítmicos y seguirle el paso a Brubeck, habría que ir de la mano (que incluía dar cinco dedos) con algún otro ser que disfrutara correr la misma fortuna. Y todo dependía de si la segunda palabra aludía a un seguimiento o a una secuenciación, porque si hablaba de una secuenciación, era ya territorio de los mepoab, y ellos destrozarían sin piedad a cualquiera que se cruzara por sus calzadas sagradas, destinadas únicamente para aquellos que han logrado arrancarse el corazón con razón alguna para dejarlo por un lado a empolvarse, para guardarlo en el Schrank, ahí junto al almanaque de eventos del siglo veinte y una vieja Biblia. Das ist gut, pensó sin reparar en el daño a su canal. Y por último había dejado la palabra que proponía más reto; aunque guardaba en común el acompañamiento con sus demás compañeras de acorde (y quizá, más que las letras, fue el acompañamiento lo que aglomeró tanta discusión sobre una sola frase), también incluía propiedad, una afirmación y otra cosa no tan clara, pero se asemejaba a un perro. Un perro inocente que había sido sacrificado para que él, dios de algún mundo pagano e ínfimo que se multiplica en fractal y se extiende de la misma manera una y otra vez hasta llegar al extremo sin conocer el extremo, puesto que no hay un extremo, en este momento pudiera coagular todos sus pensamientos en un perro acompañante, propiedad suya, que afirmaba a sus oscuras intenciones.
Y a todo esto, la ventana parecía indiferente, pues la casa no mostraba señal alguna de sus habitantes, ni el más mínimo resquicio de actividad que pudiera comprobar la existencia de otro ser dentro de este plano donde él no era un dios, pero al cual llegaban los olores de un perro quemado en el fractal.
Y aunque ya la noche amenazaba con dormir, él no se había retirado de su puesto, cual guardia implacable. La dama invernal y merodeaba su posición pero él, firme y estoico, resistía los embates fúricos cortesía de todas las fuerzas del cosmos unidas para arrancarlo de la aventura que representaba su empresa.
Finalmente, la dama en persona se ubicó a un costado de él. Le pregunto al oído “¿Vale la pena?” “Sí”, respondió con toda sinceridad el pajarito. Aunque sabía que su condición le impedía poseer a la mujer que esperaba con tanta ansiedad, el sólo hecho de observarla a través de la ventana indiferente le brinda tal gozo que cualquier inclemencia de la dama podía ser resistida sin la menor disminución de su fe (inclusive disfrutaba todos los ríos metafóricos de pensamientos que lo alimentaban durante sus largas jornadas de espera). Fue entonces cuando una luz tenue se asomó a través de la venta, y la mujer amada con actitud indiferente se recogía la abundante cabellera negra. Sus ojos estaban como extrañados, como fuera de sí. La dama volvió a decirle al oído “¿Sabes que ella nunca te amará?” “Sí”, respondió con toda sinceridad el pajarito. La mujer amada se recargó en la ventana y contempló un poco de la obra invernal. La nieve caía con tanta delicadeza que parecía un ballet, un espectáculo interminable de belleza blanca, acompañado por una orquesta cuya música era interpretada de manera tan espectacular y tan impresionante. Y entonces, el copo principal daba una pirueta marcada en el aire y los ojos de la indiferente espectadora se concentraban en el actor principal, cuya gracia y docilidad enarmonizaban de manera suntuosa con toda la escena; entonces, cobró suma importancia cuando ese algo había elegido la carta de invierno para el momento, y no la primavera. Cuando ese dios había brindado escena a la dama para el fractal inmediato, y la dama había dejado al pajarito darle escena a un perro para el fractal inmediato, y así sucesivamente. El copo, sin embargo, resultaba perder protagonismo conforme se enfilaba al protagonista de nuestra obra: el pajarito. Cuando el copo se posó sobre el pico del pajarito, la mujer amada, quien había seguido todo el desfile desde el principio, cruzó miradas con él y un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo. Se dio cuenta al instante que el pajarito la amaba, y que siempre estaba ahí aguardando su llegada. La dama le dijo al oído “Es tiempo, ¿valió la pena?” “Sí”, respondió con toda sinceridad el pajarito.
(Cae el telón).


Joetich Lesai Fanh
18-II-2012

jueves, 24 de mayo de 2012

No hay que matar cuando hace frío


Usted había hecho las cosas con tanta limpieza que nadie,
Ni siquiera el muerto, hubiese podido culparlo del asesinato.
Julio Cortázar. (1938) “Puzzle”


Sintió un poco de hastío, algo así como una náusea mental, un cólico mañanero como de mujer preñada. El reloj, un tanto estricto e intransigente, marcaba ya las diez menos cinco. Pensó en Buenos Aires, en los años mozos de su adolescencia, en el olor a argentinos. ¡Cómo olían los argentinos! Recordaba que, al viajar al viejo continente, echaba de menos el olor de los argentinos; ahora el olor era hediondo, a su parecer. Era quizá los años y que él relacionaba el olor de los argentinos de su adolescencia con el olor de Rosaura. Aquel era un aroma de delicados colores pasteles y praderas verdes, como un elixir legendario y un tanto inalcanzable. Olía a las montañas (él vivía en las montañas), a esa tierra virgen empapada del rocío libre de con-tamina-ción, algo así como una canción en verso, juegos idiotas de palabras. Él había amado a Rosaura, por lo menos hasta que se revolcó con ella en la cama, una noche del día catorce del mes segundo del año de mil novecientos ochenta y cuatro después de nuestro Senior Jesucristo. Siempre le gustó escribir senior en vez de señor; esas mañas que uno adopta con el tiempo. Pero ahora, el olor que evocaba a los argentinos era el olor (mental, por así decirlo) de su padre. Era un señor de complexión algo semejante a la robusta, de tez apiñonada y de manos grandes y gruesas, que le servían para transportar las barras metálicas de un lado a otro de la fábrica antes, claro, de las bandas transportadores; después las manos servían para transportar la cerveza de la mesa a la boca y viceversa. Pero su olor, su hedor (mejor dicho) era insoportable y recordaba los constantes abusos que sufrió por parte de su padre. Sí, se lo cogió como todo buen padre borracho que no puede ni tiene el valor de cogerse a una mujer y se desquita con sus hijos. Y el padre sudaba y apestaba a carajo.

-Necesito ayuda.
-¿Qué querés, chaval?
-Necesito colocar la pegatina en mi cuarto.
-Esperá un poco, que no ves que estoy ocupado.
-No estás haciendo nada.
-Callá mocoso fucking little boy.
-¿Cómo?
-Largate de aquí que estorbás.

Son pasos sencillos. Tomo el desarmador de cabeza plana que se encuentra en la caja de herramientas negra debajo de la escalera. Espero a que el reloj marque las dos menos diez. Bajo por el ascensor y me dirijo a la casa. Son algo así como quince minutos a buen paso, quizá podré ir un poco más rápido si corro y, con eso, me quito el maldito frío del demonio. Llego eso de cinco pasadas las tres. Entro por la puerta principal y tomo las escaleras. Subo. Subo. Subo un poco más. Me coloco delante de la puerta de madera vieja, con un oxidado llavín en su haber. Con extrema cautela, meto el desarmador y la navaja en el picaporte y abro con el truco que aprendí por cinco euros en el barrio viejo. Al entrar, el hermano de Rebeca seguramente se encontrará con los viejos anteojos puestos y sumido en un profundo sueño en el sillón de la sala. La flama de la vela deberá estar extinta para ese entonces y en el escritorio habrá manuscritos, o quizá una copia de ese viejo libro de cuentos que carga para todos lados. En fin, a partir de ahí la tarea se torna en extremo sencilla. Son cuatro pasos hacia el sillón y está el desnivel. Sorteado eso, habrá que aproximarse sigilosamente al sillón y descubrir el costado expuesto del sujeto. Entonces la daga sale de mi bolsillo derecho, yo la tomo y la hundo en repetidas y audaces ocasiones en su costado y luego en su pecho y en su cara, de ser posible. Terminado eso, regreso a la puerta, la cierro con extremo cuidado y repito los pasos en orden inverso a partir de aquí. Anabolismo y catabolismo, diría mi amigo, el bioquímico.

-No estás haciendo nada.
-¿Y tú que querés?
-Quiero colocar la pegatina en la pared de mi cuarto, la que choca con la cabecera de mi cama.
-No tengo tiempo.
-Sí tienes. Llevas todo el día sentado ahí.
-Ich habe keine Zeit, Kinder. Geht auf!
-No entiendo.
-Es porque eres un niño inculto, un asno como tu abuelo.

Ya el pantalón le apretaba mientras bebía su taza de café. El pantalón de mezclilla no cedía a la comodidad del hogar y decidió desabrocharlo. Era posible, aunque no inminente, que semejante descanso le ayudara a pensar mejor… con claridad, por poner una expresión. Y otra vez la canción, la bendición, una redención, una revisión, la visión, la misión, una función, una disolución, una solución, una presentación, una reputación, su reputación y, entonces, la salvación. Aleluya. Amén. Se quitó también la camisa y abrió la ventana que daba a la calle. Una brisa entró cual caballo desbocado y recorrió todos los poros de su ya arrugado cuerpo. La piel se llenaba de oxígeno y por un momento, sólo un breve y efímero momento, de jovialidad.

-Hace frío, cierra la ventana papá.
-You have no idea of what are you saying.
-Papá, la ventana.
-Lautloss. La estoy cerrando.

Le encantaba como los latinos hablaban como verdaderos intelectuales en Europa. No se escuchaba un pibe, un chaval o un chamaco en la jerga de la calle. Jamás esas típicas acentuaciones de esperá, callá, largate, mirá. Tampoco la manía (esa manía) de desaparecer o agregar letras: dijistes, venistes, verda’, generosida’, vanida’. En Europa todos se relamían los bigotes por expresarse en español académico, en el lenguaje culto de los libros y los científicos. Por eso, él le hablaba a su hijo como su padre le habló a él. Su convicción era de exaltar estas variaciones regionales del español, estas castellanizaciones propias de cada región del globo. Y sin embargo, él pensaba como latino de Europa, pues en sus pensamientos no había pibe, ni esperá, ni venistes ni vanida’. En su pensamiento había reglas de ortografía y de redacción. Signos de puntuación y acentos en las sílabas correctas. Había un verdadero latino de Europa, casi un europeo.

-Quiero la pegatina en mi cuarto hoy.
-¡Cómo jodés, pequeño imprudente!
-¿Qué es joder?
-Algo que tú no sabes.
-Y si no lo sé, ¿por qué me lo dijiste?
-Preguntas demasiado.
-¿Qué hora es?
-Diez después de las diez.
-No es cierto.
-¡Claro que es cierto, es lo que marca el reloj!
-No es cierto.
-Scheiβe! Entonces ¿qué hora es?
-Es la hora de que me ayudes con la pegatina.
-¡Son-of-a! ¡Esperá que ya mero voy!

Era sencillo. Eso repetía en su cabeza. Sencillo. Sencillo. Sen-cillo. Zen-ci-llo. Zen-sí-llo. Zen-sí-yo. Una filosofía, una afirmación y la convicción de la existencia del ego. Otro juego de palabras, habría que dejar de consumir alucinógenos. Antes de irse a matar al hermano de Rebeca, pasaría a anotar eso último en una notita amarilla y la pegaría en la puerta de la nevera. Revisó su bolso y, en efecto, ahí estaba la daga. Tranquila, impaciente por entrar en acción y con la misma serenidad que había caracterizado durante tantos años su grisáceo rostro. Hundirla en repetidas ocasiones en el costado, en el pecho, en la cara, de ser posible. Un trabajo, una obra de arte. Con un poco de suerte saldría en el diario matutino, y con un poco más, en primera plana.

-¿Y mi pegatina?
-¿Dónde la querés?
-En esa pared.
-¿Aquí está bien?
-Más a la derecha.
-Here?
-A la derecha, dije.
-Ahora.
-Bien, pero un poco más arriba.
-And now?
-Arriba.
-Hier?
-Arriba.
-¿Ya?
-Sí, ahí está bien, gracias.

La pesada labor de colocar la pegatina en el cuarto del niño había extinguido todas sus fuerzas. El asesinato era ahora una tarea casi titánica. Caminar todas las cuadras que separaban su casa de la casa de Rebeca, y regresar. Subir los escalones de la casa de Rebeca, y bajarlos. Bajar los escalones de su casa, y subirlos. Además de todo, hacía frío, un frío del demonio. Se encaminó con dirección a la cocina y tomó el diario de ese día. Buscó en la página 5D y en un pequeño recuadro en la esquina inferior derecha venía el pronóstico para las temperaturas por los próximos tres días. Mínima de treinta y uno y máxima de setenta, mínima de treinta y máxima de sesenta y nueve, mínima de cuarenta y máxima de ochenta. Era mejor esperar hasta el sábado para cometer el crimen.
Aprovechando que se encontraba en la cocina, tomó la pequeña libretita con hojas amarillas y escribió Dejar de consumir alucinógenos. Después, recordó que había querido comer toda la semana lasaña y anotó en la siguiente nota amarilla Comprar pasta, cebolla, ajo, carne molida, queso mozzarella, queso chedar, queso rallado y salchicha italiana. Una vez hecho esta, escribió Matar al hermano de Rebeca el sábado. Tomo las tres hojitas y las desprendió con mucha delicadeza de la libreta, una por una, una especie de ritual. Pegó una junto al imán de vaca, otra junto a la postal de Tolousse y la última, esa que hablaba sobre el sábado, junto a la foto que tenía con su mujer, con Rebeca y con su hermano en Monterrey.
Tomó un vaso de la alacena y se sirvió un poco de agua fría. Ésta entró por la garganta como un cuchillo afilado y el alivio recorrió su cuerpo entero. Llegó a su habitación, no sin antes haber apagado la vela del niño y haberle dado las buenas noches. Al llegar a su cama, su mujer le dijo Habló mi madre. ¿Qué quiere la vieja bruja? No le digas así; quiere que vayamos a cenar a su casa el viernes. ¿Con qué motivo? El cumpleaños de su amiga, la madre de Rebeca. Eso no me importa. Y a mí no me importa que no te importe, ¿iremos? Creo que tengo que hacer algo el sábado, pero no recuerdo. Mañana en las notas de la nevera lo checo; por el día de hoy fue suficiente y ya me vo’ a dormir.

Joetich Lesai Fanh
02-VIII-2011

martes, 22 de noviembre de 2011

Nuestro Credo

¡Muchachos!
Alguien alguna vez dijo, somos esclavos,
Porque nos reventamos estudiando
¡Y sí!, estudiamos sin cesar.
¡Y sí!, le dedicamos nuestro tiempo.
Pero no somos esclavos de ella,
Ella es nuestra pasión.
¡Y sí!, nosotros nos entregamos a ella.
Por ella vivimos,
Por nuestra música.
Y hacer música al nivel que estamos
Ya no es un hobbie, ni un deber,
¡Es un placer!
Es nuestra vida.
Ya no escuchamos música,
La sentimos y la vivimos,
La gozamos y ya es parte de nosotros.
Sí, somos música, hacemos música
Y ella nos domina, pero, al mismo tiempo, nosotros también la dominamos,
Coexistimos con ella,
Y ella nos da la libertad que todos anhelamos.
Nos deja sacar nuestros sentimientos,
Y deja al desnudo nuestros pensamientos.
Por medio de ella hablamos en la lengua universal,
El lenguaje mágico de la naturaleza,
Un lenguaje armonioso con una melodía perfecta, la música.
Y quizá nos desprecien y nos lancen miradas de menosprecio
Pero somos más libres, más felices que los demás.
Porque somos artistas, embajadores de los sentimientos,
Amantes de la perfecta armonía,¡¡¡Somos músicos!!!
Qué vivan los grandes músicos del pasado.
Qué vivan los maestros que nos heredaron su talento musical.
¡Y qué vivan los maestros que nos enseñan este bello arte!
Y principalmente, qué viva la reina de las artes:
¡¡¡La MÚSICA!!!

Joetich Lesai Fanh
24-IX-2008

martes, 5 de julio de 2011

Un Cuento Para Dormir

Para Tessa y Amanda

-Mamá, no puedo dormir.

El reloj marcaba, sin duda alguna, ya las altas horas de la noche.

-Hija, duerme, que mañana tienes que ir al colegio.

Con cierta insistencia, un tanto acompasada, la aguja giraba inevitablemente hacia la profundidad de la oscuridad, el ojo del búho.

-Mamá, cuéntame una historia.

-¿Prometes dormir después de ella?

-Claro.

-Está bien. Había una vez una pequeña gota de agua que se encontraba en una nube. La gota vivía feliz pues el viento la llevaba de un lado a otro, meciéndola con un suave arrullo y cantándole al oído bellas melodías de ensueño. Además, gozaba de la compañía de muchas otras gotas de agua, cuyo convivio era totalmente armonioso.

Cierto día, llegó a la nube una gota de agua nueva, producto de los flujos naturales del agua y nuestra pequeña amiga salió a darle la bienvenida: “¡Bienvenida seas! Mi nombre es Vita y, a nombre de toda la comunidad, te recibimos como una de nosotras.” “Gracias” contestó cortésmente la recién llegada “pero sólo estaré un corto periodo de tiempo con ustedes. Planeo bajar en cuanto el clima me lo permita”.

El murmullo no se hizo esperar entre la comunidad. Las madres intentaban distraer la atención de los más pequeños, mientras muchos de los adultos mostraban un semblante frívolo y notablemente descontento. Vita, sin perder la compostura, respondió a la premisa “Pero, ¿es qué no te agrada nuestro hogar?”. Todas las miradas se concentraron en la forastera. “Por supuesto que es muy lindo. Desde que llegué, pude respirar un ambiente hermoso y pacífico, pero creo que no podría estar tanto tiempo aquí arriba. Me gusta conocer y viajar a través de todas las tierras que me sean posibles”.

“Pues eso es precisamente lo que nosotros hacemos. Abandonamos nuestra suerte a merced del Viento, y él, sabiamente, nos conduce de un lugar a otro. Hemos visto poderosos monumentos de los seres que se cubren, hemos pasado por las obras de arte más bellas de nuestra madre Naturaleza, hemos recorrido amplios trayectos proporcionándole sombra a las manadas. Por lo demás, creo que es una excelente vida ésta, sin necesidad de bajar”.

“No puedo creer que digas eso. Estoy de acuerdo con que la sabiduría del Viento es la mejor opción para confiar nuestro porvenir, pero, ¿qué placer puede tener el observar por encima de ser parte de eso que ustedes tanto admiran? ¿Acaso encuentran placer en la pasividad? ¿Andar fluctuando de aquí a allá sin un verdadero propósito?”

Vita comenzaba a sentirse molesta. Nadie antes había rechazado la tradicional bienvenida. Con cierta molestia, respondió: “Pues dinos, ¿cuál es nuestro propósito? Digo, si crees que las y los que estamos aquí no tenemos propósito, te pedimos nos indiques el camino a seguir.”

“No fue mi intención decir que no tienen propósito. El hecho es que no encuentro belleza en su andar. Creo firmemente que el observar es una parte, pero el conocer por presencia propia es otra. Por supuesto que he visto todo lo que ustedes han visto, pero además, he conocido todo lo que ustedes sólo han visto. He viajado de la mano de los ríos a través de valles, montañas y praderas, me he deslizado por las paredes de esas maravillosas construcciones y he ayudado a refrescar a los miembros de muchas manadas. En pocas palabras, he vivido tal cual se debería vivir, tal cual nuestra madre Naturaleza quiso que viviéramos.”

Vita no atinó a contestar. Su cuerpo temblaba de la furia que las palabras de la forastera le habían provocado. Entonces, para su alivio, la nube tembló y se ennegreció mientras se juntaba con otras nubes.

“Hasta pronto amigas, espero nos podamos encontrar en breve” y la forastera fluyó hacia la tierra.

Meses después, un niño buscaba refugio de los rayos del Sol. El calor veraniego y la escasez de nubes provocaban una deshidratación brutal. Al final, logró llegar a la sombra de una nube. Desde la nube, Vita veía con nostalgia al niño. Sus discursos sobre la responsabilidad de mantener la nube unida para proveer de sombra a los seres terrestres habían sido menospreciados. Desde la llegada de esa forastera, los integrantes de la nube habían ido descendiendo poco a poco a la tierra. Ahora, quedaban muy pocos. Cuando llegaban nuevas gotas, Vita, recobraba un poco de jovialidad, pero casi siempre se iban y Vita regresaba a su letargo. Por fortuna, vio una gota acercándose y, presurosa, se alistó a recibirla. ¡Cuál fue su sorpresa al reconocer a la forastera!

“¡Qué tal! Es realmente sorprendente que nos volvamos a encontrar. ¿Cómo has estado?”

Vita no podía articular expresión alguna debido a la impresión. Estaba tan frívola y rígida que parecía un cristal.

“Veo que el reencuentro te ha dejado sin habla.”

“¿Por qué regresaste?” interrumpió bruscamente Vita. “¿No te fue suficiente romper con la armonía de mi hogar? ¿Acaso planeas robarme a las pocas compañeras que me siguen fieles?”

“¿Pero de qué hablas? Esto no es una cuestión de fidelidad, sino de libertad. Las gotas que han descendido o permanecido han tomado una decisión en absoluta libertad. Si yo sugerí algo, fue realmente algo de mi corazón. Mi sentir y mi amor se confirman en la libertad. Deberías de intentarlo. Es más, ¿qué te parece si te muestro a ese niño al cual admiras con tanta solemnidad desde aquí? Podrás recorrer su mejilla y ayudarle a huir del calor. El clima es perfecto. ¡Ven!”

Vita se encontraba aún más desconcertada por semejante invitación. Debía o no responder al desafío. “Bueno, si no estás lista puedes quedarte, pero recuerda: es mejor fluir que sólo fluctuar”.

La madre besó en la frente a la hija y la arropó en su cama. Las primeras gotas de lluvia golpearon la ventana. Se aproximaba una de esas lluvias que llenan de vida y fertilidad los campos. En breve sería época de cosecha. La madre apagó el interruptor de la luz y volteó a ver por última vez a su hija. Fluye, le dijo con una voz suave y maternal.


Joetich Lesai Fanh (16-VI-2011)

martes, 28 de septiembre de 2010

El Jinete

…Después se pierde en la noche,
Y aunque la noche es muy bella,
Él va pidiéndole a Dios
Que se lo lleve con ella…
José Alfredo Jiménez (1953) “El Jinete”


Llegué increíblemente cansado, pues el viaje a carreta a través de la sierra no era precisamente lo más cómodo. El polvo se levantaba y aglomeraba en densas nubes que dificultaban el paso a través de las veredas que conducen al pueblo. Me habían hablado del descuido y atraso en el cual se desarrollaba esta comunidad. Al llegar ahí, pensé incluso en una exposición a la cual había asistido días antes. Me imagine la ambientación del museo y pensé que si ésta hubiera sufrido una metamorfosis digna de algún desastre natural, se vería exactamente igual a lo que veían ahora mis ojos. En fin, camine con paso decidido, como era mi costumbre, y entre al pequeño pueblo.

Las voces de los niños que levantaban nuevas nubes de polvo mientras corrían como algún bello animal recién liberado en su hábitat natural, eran un colorido único del lugar. Las campanas replicaban, anunciando las tres horas de la tarde. Voltee a ver el viejo reloj de bolsillo, herencia de mi abuelo, y la hora era exactamente las tres con cuatro minutos. Desde que el reloj era de mi abuelo, siempre había impregnado una extraña aprensión, que yo llamaba manía, por lograr sincronizar perfectamente el reloj. El mantenimiento, el ajuste del engranaje y la limpieza minuciosa proporcionada por sus dueños era algo digno de locos.

En fin, mientras avanzaba por la que yo creía era la avenida principal, divise a lo lejos, un señor con aspecto desaliñado y pueblerino, con su sombrero de paja lleno de polvo, una camisa a cuadros tan desgastada por el uso como sus manos por el arado, y unas botas casi a punto de romperse. Me encamine hacia él, como en muchas e innumerables ocasiones había hecho con otras personas en distintos lugares.

Al llegar a la puerta de su casa, el olor a recuerdos y sabiduría comenzó a divisarse en el aire y una sensación, hasta ahora desconocida para mí, recorrió todas y cada una de las partes de mi cuerpo en una forma tan natural y extraña que temblé. Al acercarme, le salude con cierta cordialidad, y obtuve una respuesta fría y poco amable, pero en varias ocasiones había sido tratado así, por lo que respondí de una manera políticamente correcta:

-Disculpe mi falta de educación. Soy escritor, interesado en las leyendas populares y vine aquí porque me dijeron que acá habitaba un fantasma, un tal jinete.

Como por arte de magia, esa magia tan incomprensible y real que habita en las palabras y las vuelve un instrumento puro de belleza y poder, el extraño hombre enmudeció y empalideció cual mármol; los cantos de los niños dejaron de escucharse, pues sus madres habían corrido presurosas a llamarlos y refugiarlos en sus respectivos hogares. Por un momento me pareció, incluso, que las campanas dejaron de repicar y el viento cesó su murmuro decadente, pero hasta el día de hoy nunca he estado seguro de eso.

El viejo me miró y tras minutos de silencio que parecieron eternos, empezó a gesticular sonidos tan incomprensibles como el berrido de un cabrío, hasta que, pasada la emoción y vuelto el color a su rostro, me comentó:

-Caballero, he vivido casi setenta años aquí, y en toda mi vida, no había escuchado afirmación más descabellada. Todos huyen del jinete, y, ¿sabe por qué? Es porqué no es un fantasma, es tan real como yo mismo. Yo tuve el infortunio de conocerlo y me encuentro ahora condenado a conservar el recuerdo de cuando él era tan común como cualquiera de nosotros. Si es tanto su interés, como lo revelan sus expresiones faciales, entonces pase, y yo le contaré todo.

**

Él era uno de los capataces más poderosos y ricos de la zona. A pesar del movimiento revolucionario que se estaba gestando, Córdova no era precisamente el lugar más animado por el movimiento. Con esa presencia devastadora e imponente que poseía, acallaba cualquier voz de propuesta en toda la región. Su guitarra era, quizá, su única debilidad. Cuando se sentaba afuera de la hacienda, bajo la sombra refrescante del Mamey-Zapote, sacaba su guitarra y tocaba durante horas, como enajenado por una extraña fuerza, absorto en las cuerdas y los sonidos. Durante esos momentos de éxtasis y elevamiento, su figura se erigía como la de un niño, con la inocencia que los caracteriza, pero, como todo buen niño, mostraba parte de su faceta cruel y despiadada al mundo, siempre cuando estaba alejado de su guitarra. Yo siempre he pensado en los humanos como una extraña mezcla de luz y tinieblas, donde ninguna puede+ apagar a la otra y las dos se encarnan en una lucha interna por ser la faceta más conocida por el exterior. En fin, creo que él tenía más tinieblas que luz o, por lo menos, eso aparentaba.

Por aquellos días, llegó una familia de un banquero, quienes huían de los horrores de la capital del estado. Se instalaron en aquello que usted puede observar en lo alto del monte, esa construcción que asemeja a un monasterio. Mi abuelo decía que unos monjes jesuitas habitaron ese lugar en tiempos coloniales, pero que, ese lugar, era nada más y nada menos que el monte del diablo, y los jesuitas no tuvieron más remedio que huir del lugar tan pronto empezaron a suceder cosas extrañas. Sin embargo, esta familia menosprecio las advertencias de todo el pueblo ¡Ah, cuántas penurias nos hubiéramos ahorrado si tan sólo hubieran hecho caso!

En fin, llegaron durante el verano, creo que recién terminaba la Semana Mayor. El padre López fue el encargado de bendecir la tierra que pisaban. Fue y ofició una misa esa misma tarde, rogando al cielo por bendiciones y prosperidad. ¿Sabe que le pasó al padre López? Lo supuse, nadie conoce esa parte de la historia. A los pocos meses fue encontrado en estado de ebriedad abusando de la hija menor del panadero, quién envuelto en la ira de un padre destrozado, asesinó a golpes al padre y, después, metió los restos a su horno. Desde aquel domingo, cada semana el pan sale con un aroma y sabor ligeramente salado y algunas manchas de un color carmín oscuro. Debería de probarlo, es realmente delicioso.

Olvide mi historia. Todos coinciden que el padre López murió a raíz de bendecir esa tierra endemoniada, pues, como podría bendecir lo que es maldito. Sería como intentar construir un paraíso en el infierno. En lo que divergen las opiniones es en que fue lo que el demonio hizo en la vida del padre: provocarle esa ansiedad por la pedofilia, o provocar que esa ansiedad ya cultivada fuera descubierta por una persona igual de maldita e igual de descabellada con la emotividad suficiente como para matar de una forma tan despiadada. Gajes del oficio, en realidad nunca lo sabremos. Yo, en lo personal, creo que ya tenía ese vicio desde antes y, por bendecir tierra maldita, fue descubierto como castigo del mismísimo diablo. Siempre tuvo cara de maldito, cuando bautizaba niños y cuando veía las limosnas.

Pero me desvío de lo que a Usted realmente le interesa. Nuestro querido capataz -bueno, “querido” es un sarcasmo- fue a intimidar al banquero y su familia durante el oficio. ¡Cuál sería su sorpresa y admiración cuando vio a esa mujer de cabello castaño y tez blanca! Dicen, quienes tuvieron la desgracia de observar ese instante, que sus ojos brillaron cual dos luceros de noche de verano. Seguramente se enamoro perdidamente de ella desde el primer momento en que la vio. Pero fue un amor tan poderoso y tan ciego, tan fuerte y tan embrutecedor, uno de esos amores cuyo propósito no es construir, sino destruir.

¿La mujer? Ah sí, era bellísima. Algunos decían que ella era un ángel. Yo llegué a ver un retrato suyo y le juro por mi mujer, que en paz descanse, ella era una muchacha realmente bella. Quizá por eso él cayó perdidamente enamorado. El capataz se presentó con una cordialidad nunca antes vista en él, e hizo amistad con el banquero. A la semana de haber llegado, el capataz asistió a la comida dominical que el banquero ofreció para toda la gente importante. Mi madre asistió. ¿Mi familia? ¿Importante? Pues yo creo que ni para Dios somos importantes. Mi madre asistió pero como cocinera. Tenía una fama en el pueblo de preparar platillos deliciosos. Ella dice que aprendió de las visitas que hizo a Piedras Negras, pues ahí conoció a Tita, una excelente cocinera. Pero nuevamente divago sobre ideas que no le apetecen. Disculpe Usted. En fin, ese día, el capataz se quedó hablando en el despacho del banquero por cerca de cinco horas. Dice mi madre que al poco de salir, escuchó las campanas del monasterio que doblaban en señal de duelo, y se asustó. Pero al parecer, nadie hizo caso al augurio y se anunciaba que la hija del banquero contraería nupcias con el capataz en un lapso no mayor a cuatro meses.

Imagínese cuál fue la alegría del pueblo al saber que, tan pronto terminase la Revolución, el banquero y toda su familia regresarían a la Capital, y el capataz con ellos. Hubo fiesta en todo el pueblo. Danzas, comida y las campanas de la Iglesia replicaban de felicidad. Los niños corrían cual vivo deseo y cual fuego ardiente, ese fuego que crea y construye. Pero mi madre, quien también sabía leer las posiciones de los astros, presagió tormenta, tiempos de maldición para todo habitante que viviera en el pueblo. Algunos, asustados, huyeron del pueblo. Aún no entiendo el porqué mi familia no escapó, pues era bastante obvio que las consecuencias serían catastróficas para todos, quizá, nos volvería endebles a algún maleficio.

Para no hacer esto largo, el día acordado llegó y la mujer, con esa belleza increíble, vestida en ese blanco pureza, contrajo nupcias en la capilla del monasterio. ¿Perdón? En efecto, el oficiante de la ceremonia religiosa fue el Padre López. La fiesta duró casi una semana, donde los platillos, las prostitutas y el vino no pararon de correr entre los asistentes a la boda. Se cuenta que el mismo Andrés Ascencio estuvo invitado al evento, y asistió por cerca de tres días. Pero para fortuna suya, abandonó el pueblo antes del siguiente domingo. Cuando se cumplieron ocho días de festejos, como invocados por el mismo diablo, torrentes del cielo y de la tierra se desataron, y mientras una lluvia con unas características tan extrañas que quemaba, se desataba sobre todo el pueblo, causando serías laceraciones en la piel de aquellos cuya embriaguez no les permitía levantarse del suelo y se encontraban semidesnudos a causa de la interrupción del encuentro con sus putas; mientras eso sucedía, la tierra dejo subir vapores y se abrió, se agrieto y rugió, para finalmente, escupir una bola de fuego que alcanzó el vestido de la novia, envolviéndola en una danza incandescente de llamas que subían, bajaban y saltaban con alegría sobre el rostro y cuerpo de la desdichada.

El capataz, quien había acompañado a Ascencio a Puebla, se había detenido en un burdel de la sierra, con putas de escasos pesos y placeres incontrolables. Al llegar aquí sus ojos tuvieron el infortunio de ver como las llamas, con avidez, devoraban los últimos alientos de vida de su amada. Lloró. Lloró como nunca antes se había escuchado en el pueblo. Rasgó sus vestiduras y le guardó luto por espacio de un mes, durante el cual, nadie le vio salir de su hacienda, y se cree que se paso noche y día bajo la sombra de su árbol.

Al consumarse el mes de luto, una noche, montó su caballo negro, tomando su guitarra y la inspiración del tiempo perdido en busca de su amada, y se dirigió al monte, más allá del monasterio, donde se extienden los límites del bosque, ese bosque maldito del cual ahora él es habitante y esencia, del cual ahora él es jinete. Esa noche, noche de luna llena, quedó maldita, y ahora, cada luna llena, se escucha el canto del jinete, quien va penando la desdicha de haber perdido a su amada por unas putas y un vaso de vino.

**

El relato me dejó desilusionado. Después de haber viajado a Macondo y a Comala, este viaje se me hacía realmente una pérdida de tiempo. Jamás creí que una leyenda pudiese tener tan mala explicación, y realmente creí que me tomaban el pelo. Pero espere un par de noches, sin que nada digno de mencionarse sucediera.

A la tercera noche, tome un caballo y me encamine hacia el monte del monasterio, hacia el bosque maldito, hacia la leyenda del jinete. Nada sucedía en la pasividad del monasterio y de sus alrededores. Más adentro, cuando la flora era más espesa, parecía la cuna de la tranquilidad, donde ni el menor ruido hubiese podido despertar al niño más inocente del sueño más profundo. Comenzaba a vencerme el sueño cuando, a escasos metros de mí, la maleza se movió extrañamente. No había viento y los animales parecían haberse asustado. Observé con atención y un silencio sepulcral reinaba mi entorno. Me estremecí. Al poco, esa quietud fue corrompida por el ruido de un caballo corriendo a todo galope rumbo al monasterio. Con todo el cuidado, me dirigí hacia el lugar. Pero a poco de llegar, una luz cegadora, como de una bola de fuego, tomó posesión del interior de la construcción y el grito más desgarrador y estremecedor que el hombre pudo alguna vez haber imaginado, recorrió todas y cada una de las partes de mi cuerpo, mi cara palideció y sentí como mi temperatura corporal bajaba de manera drástica. Tuve dificultades para respirar y para lograr distinguir las formas de los objetos. Mi corazón aceleró su ritmo y sentía que se iba a salir de mi pecho. Me asusté y creo, incluso, grité. Pero todo fue opacado cuando las campanas del solitario inmueble comenzaron a repicar en señal de duelo y pude distinguir una figura montada en un caballo salir por la puerta principal. Me desmayé…

Al otro día, mi cuerpo fue encontrado y rescatado por el viejo que me contó la historia. Él me atendió y me preparó una infusión que, según lo que su madre le había contado, tenía el poder de fortalecer el alma a fin de reponerse del encuentro con los muertos.

Tan pronto me recuperé, huí del pueblo. Aún, hoy en día, cuando escribía esta historia, no estaba seguro si había visto un fantasma o un ser humano; no sabía si fue por amor o por orgullo, por entrega o por estupidez, nunca quise averiguar más sobre este jinete. Pero una cosa sé, y estoy completamente seguro de ella, el grito de aquella noche, fue único, indescriptible y aterrador. Fue el grito de Julieta al conocer a Romeo muerto, fue el grito de una madre al saber a su hijo descuartizado por un error de cálculo en Afganistán, fue el grito de Gabriel, quien anhelaba estar a la derecha de Dios...

Joetich Lesai Fanh
08-III-2010

sábado, 21 de agosto de 2010

De Mejores Amigos a Desconocidos

Y en mis manos solo quedó el recuerdo
De lo que fue, lo que no fue y que no es…
Joetich Lesai Fanh. (2008) “Cariño Quimérico”


Mariano y Fabricio, dos imberbes con hambre de mundo y sed de aventura, cuya pasión por el vino, el juego y las mujeres alcanza excitación tal, que los mismos dioses del Olimpo se regocijan a costa de las musas y las discusiones de Amón Ra cuando Thor agita su furia contra Tláloc, del otro lado del globo (balón, esfera o pedazo de papel, da lo mismo) donde todo sucede pero nada pasa, y todo pasa pero nada sucede.
Viejos conocidos de una infancia plagada de risas, juegos y uno que otro grito desesperado de una meretriz en la siguiente calle. Su adolescencia no estuvo lejos de los juegos obscenos y los programas televisivos sobre fútbol y nuevos talentos artísticos, cosa digna de los agorafóbicos y no-lectores de Julio Verne. Sus padres, empresarios del erotismo banal y las grandes cantidades de drogas socialmente aceptadas. Sus amigos, la compañía de un cigarro parlanchín y la imagen de un Van Gogh o un Da Vinci, donde siempre era la última cena con una noche estrellada. Quizá porque el cigarro parlanchín, ávido conocedor de lo grecorromano y del arte romántico, hablaba incesantemente sobre técnicas y manejo de tonos mientras bebía su siempre interminable vaso de vodka. O quizá porque Van Gogh no se parecía en nada a Shostakóvich y la música lograba estrellarse en una noche con la pintura, siempre contando con la presencia del vodka y círculos violetas.
En fin, dos amigos cuyas historias se habían entrelazado por cuestión del azar (dice Albert que Dios no juega a los dados) (pero dice Friedrich que Dios ha muerto). Al llegar a la flor de la juventud, la cual, para la mayoría de las masas se convierte en cempasúchil en vez de una rosa, en el mejor de los casos, negra, Mariano y Fabricio salieron de Pisa y llegaron a Paris, la ciudad del amor y de los amantes, donde acontecen sucesos como los desconocidos volviéndose mejores amigos.
Estos dos amigos emprendieron un viaje de negocios, el cual se convertiría en un viaje de caos. Caos. Será que el caos es un orden superior de algún espíritu, o será el concepto humano de explicar lo inexplicable, o será un patrón matemático sobre un número de doscientos dieciséis dígitos, o será una agrupación musical de canciones no feministas, o será simplemente la puerta hacia un universo paralelo, o será la llave para librarnos de las cadenas y salir de la cueva. En este orden, o en cualquier otro orden con cualquier otra opción en consideración, el caos es la condición natural del ser humano, donde la causa y el efecto son sólo percepciones para los débiles de intelecto y los pobres de alma. Detalles.
Mariano y Fabricio llegaron a la capital del amor. Reconocieron un olor a finas joyas, abrigos llenos de polillas por su nicht-uso, y sonido bello en sí proveniente de Debussy (o algún estudiante del Conservatorio de Paris). Mientras se encaminaban hacia la Torre Eiffel, sus ojos se deleitaban con los sabores parisinos: las chicas de ascendencia mexicana (una llevaba una mochila azul) que caminan buscando una oportunidad de actuar, de convencer al público sobre una realidad que no existe, pero que existe en Hamlet y Edipo; también se encuentran los hombres argentinos que rondan a los 40 años, pero cuya sabiduría (mente proterva y traicionera) ronda a Aristóteles en disolución con Dixieland y un toque de Miguel Ángel; quizá valdría la pena mencionar el sabor de un cigarro y una copa de Rotwein en un pequeño café en la rue des Lombards, todo mezclado con el gorjeo de algún pájaro perdido en su ruta hacia el sur. Pero si en fragancias y sabores se pudiera resumir toda la historia de una ciudad, la belleza de miles de almas conviviendo en una relación aislada, la sustancia de la ciudad se trastornaría en una simple ecuación química donde pájaro más polillas dan como resultado Paris (para el momento en que esto sea leído, Jeremías aun estará intentando balancear la ecuación). Además, la multifactoriedad de datos junto con lo cambiante de los seres humanos puede hacer que el Paris de hoy no sea el mismo al Paris de ayer, pero probablemente muy parecido a la Babilonia de hace tres mil años o Rio de Janeiro en cinco años más. Pero el cambio de Paris, la evolución como un buen darwinista lo llamaría, no se debe al cambio de sus habitantes, pues los habitantes son entes de una realidad totalmente distinta a la realidad de Paris, personaje solitario, único componente de su realidad, así como Mariano es el único de su realidad y Fabricio es el único de la suya. Por lo tanto, Paris es una realidad, la multifactoriedad de datos es otra y el número de doscientos dieciséis dígitos es otra.
Después de conocer Paris como cualquier buen turista, tomando tantas fotografías como es posible y permitido, intentando capturar la realidad de un segundo y un semáforo en rojo, Mariano y Fabricio se dirigieron a casa de Jean, buscando cerrar el negocio transnacional. Sentados en una terraza, Mariano, Fabricio, el cigarro parlanchín, el vaso de vodka y Jean discutían sobre ideas de la muerte y el beisbol, producto de una concentración alta de C21H23NO5. Claro estaba que un ataúd y una casa llena se encontraban en una misma realidad, pero una realidad poblada de caos y C21H23NO5. Pero el negocio es negocio, y por más de tener al cigarro bebiendo vodka mientras hablaba sobre Marco Aurelio, el colesterol alto y el subterráneo neoyorquino, Mariano, Fabricio y Jean hablaban sobre cifras, molaridad y el transporte por tren. Después de doscientos dieciséis minutos de regateos, y con euros más y euros menos, se completo la operación financiera, donde dos empresas se comprometían a ser, una la prestadora del bien y la otra, la compradora y distribuidora. Típico contrato comercial del capitalismo, de la burguesía reinante en un mundo inevitablemente anarquista, pero con una máscara comunista y un disfraz keynesianista. Y en algún remoto lugar del planeta, aún hay personas para las cuales la secesión y Abraham Lincoln son tan importantes como Peter Pan y la sombra de una palmera, y esto es debido a que cada una de estas personas viven en su realidad única y autónoma, su burbuja de cristal, una realidad cuya interpretación depende del punto de vista, del trasfondo personal del individuo existente en la realidad. “Existo, y si me da la gana, puedo intentar pensar”. Mariano y Fabricio recibieron un adelanto del importe total del bien comprado por Jean.
El cigarro parlanchín seguía bebiendo vodka y hablando sobre globalización.
Mariano salió de casa de Jean, seguido de Fabricio. Fabricio no acepto del todo el trato marianesco, pero firmó el contrato. ¿Incoherente? Simplemente coherencia del caos y una realidad diferente, una auténtica irrelevancia. Caminaron hacia la estación del tren, buscando regresar a Italia esa misma noche. Subió Mariano al tren, mientras Fabricio compraba los boletos. Interesante paradoja de un empresario cerrando un micronegocio sobre un servicio, cuando segundos antes, había cerrado un macronegocio en compañía de C21H23NO5. En fin, Francia e Italia no existen en la realidad, quedarse o irse sigue siendo una cárcel del mundo físico, del espacio y del tiempo, una cárcel metafísica y se transmuta, se vuelve un hogar para la mayoría de los ciudadanos del mundo, donde un boleto de avión, una acción-reacción y una papeleta para una votación son, exactamente e inevitablemente, las reglas de vida y conducta. Una vida tan cómoda sumidos en la mediocridad y la indiferencia, donde nada cambia, y si cambia, fue por una causa, el efecto de una acción, probablemente descrita por una función matemática, una relación físico-química o una actividad enzimática.
Y el cigarro parlanchín seguía bebiendo vodka y discutiendo sobre moda en Milán.
Mariano, por su parte, leía informes en un periódico francés sobre una variación negativa de la bolsa. Cero punto treinta y siete por ciento rojo. En seguida, leyó un resumen deportivo acerca de algún partido que se había desarrollado en algún punto de Rusia. Nunca estuvo completamente seguro si fue en Rusia o en Egipto, la verdad, su lectura era superficial y banal, pues su mente se encontraba conversando con el cigarro parlanchín y bebiendo vodka. ¡Ah, la sensación del vodka en la boca! ¡Dulce placer mortal! Pero la memoria es traicionera, recordando perfectamente el sonido del diario cuando la página fue cambiada; en ese momento, apareció ante sus ojos un pequeño reportaje sobre un tsunami en alguna parte del sureste asiático. Número de muertos: cerca de los setenta mil. Número de desaparecidos: ronda los doscientos dieciséis mil. Pérdidas materiales: estimadas en más de noventa millones de dólares. Y el C21H23NO5 se acabó. Mariano se levanta, sin apuraciones ni contratiempos, del asiento y se dirige al baño. Tranquilamente, saca del bolsillo un dispositivo desconocido por los mayas. Nuevamente hay C21H23NO5.
Fabricio busca a Mariano, pregunta a un señor, a una dama y a un vendedor de boletos. De pronto, lo ve en un vagón, saliendo del baño. Lo llama. Informa que los boletos se han agotado. Catástrofe parisina. Pese a esto, estar en Paris, estar en Italia, estar en Sri Lanka da lo mismo. Salen y rentan un cuarto de un motel barato. Fabricio pide a Mariano, Mariano saca del bolsillo y entrega a Fabricio. Un amarre, dos toques, un movimiento rápido y el cigarro parlanchín se encuentra nuevamente con ellos. Amenaza una velada llena de vodka, C21H23NO5 y discusiones insignificantes con un (tras)fondo multidireccional, a piacere, si se permite la expresión. Fabricio corrige, lo que pasa en el mundo.
El cigarro parlanchín, sin dejar de beber vodka, empezó a hablar sobre el vacío existencial.
“Si tan sólo el humano supiera qué hacer con su vida. Andan de un lado a otro, vagando a la deriva por un mundo cuya realidad no incluye una relación fuera del Ego, sino un mundo preocupado por sí mismo, únicamente por sí mismo. En fin, el humano vaga y vaga en la inmensidad del tiempo y el espacio. Es curioso cómo tiempo y espacio son conceptos creados por el hombre, conceptos cuyo origen es innegable, pues como el hombre son imperfectos.
Hablemos, pues, del tiempo. La referencia de en el principio del tiempo es poco válida, puesto que ningún humano, ni uno solo, es capaz de lograr establecer el alfa del tiempo. Pero os tengo una noticia, para todo aquel que cree en el mañana o en el ayer, debido a la incapacidad total para establecer el principio o el fin del tiempo, sólo existe el hoy. Y lo que no existe, no debe ocuparnos. Si alguien cree en lo que existió, se encuentra en un grave error. Lo que existió no existe, por lo tanto, no importa. Ahora bien, si afirmamos que no existió ni existirá, porque la realidad sólo existe, el lenguaje se vuelve un método esclavizante para el mismo humano. El uso de cualquier tiempo verbal no correspondiente al presente es, simplemente, una paradoja.”
“¿Paradoja?, sí el cigarro ya lo dijo; no existe porque es pasado” pensó el empresario, mientras bebía un trago de vodka.
“Pero todo esto encierra una nueva paradoja dentro de sí, y analicemos desde el punto (plano/espacio) donde negar la existencia del pasado anterior es negar la existencia de uno mismo, pues no existí ni antes del segundo en el que vivo, ni existiré después del mismo. Por lógica y siguiendo este razonamiento (del razonamiento y la lógica me ocuparé después) el ser humano no puede estar en el tiempo; en cambio, el ser humano es un ser atemporal. Así es, un ser atemporal. El ser humano existe a pesar del tiempo, concepto creado para establecer referencias que, al mismo tiempo, son cadenas. Si Platón pudiera escuchar esto, reconocería las cadenas cuya función y maldición es mantener al cuerpo y a la mente dentro de la caverna, observando solamente sombras en vez de los objetos. Y las barreras del tiempo, del ayer, hoy y mañana, lo único funcional en ellas es evitar que el pájaro azul levante el vuelo. Aprisionan la mente, no permitiéndole ver más allá de las horas, los minutos y los segundos. Debemos librarnos de las cadenas, romper paradigmas, y levantarnos de nuestra terrible condición vegetal, una condición caótica donde, ni la mujer ni el hombre, pueden conocer la verdad, una verdad que os hará libres”
El otro socio de negocios no se permitía, para este punto de la velada, pensar en pájaros azules, pues acababa de obtener su dosis número doscientos dieciséis de C21H23NO5, además de otro vaso de vodka. Intentó recordar: cerca de seis dosis en dos horas, podría aguantar aún un poco más.
“Ahora bien, el espacio nuevamente es, junto con el tiempo, una cadena más para el ser humano de esta época. Si el humano pudiera considerar la posibilidad de salir de las fronteras espaciales y dimensionales cuya consecuencia es provocar un mundo más cómodo, podría entender muchas posibilidades de verdad”
“¿Cadenas? ¿Por qué todo son cadenas?” decía el vodka en el cuerpo de los italianos.
“Pero, ¿a quién le gustaría vivir encadenado? ¿A quién le gustaría ceder su libertad? Al hombre de hoy, personaje paradójico que cede su libertad al sistema, a la naturaleza o al gobierno, con tal de poder vivir en un mundo de confort, donde hay un tiempo para referenciar, un espacio para existir, y una relación causa-efecto para explicar. Esta es la desgracia del humano, no puede pensar más allá de los segundos, los metros y las reacciones. Y todo eso deriva en el hecho de no lograr encontrarle sentido a la vida (cabe hacer la aclaración, a manera de pie de página, de no confundir entre no encontrar sentido y ser sinsentidista, sobre todo por la aplicación existencial de la primera expresión). El sentido o el propósito va más allá de los segundos, pues es del ser humano, y junto con el ser humano proceden de la misma naturaleza: atemporal. En el momento en el cual los ojos logren ver a través de las barreras espaciales, temporales y físicas, en el momento donde la causa y efecto no sea una relación absoluta, sino simplemente dos acontecimientos independientes y autónomos cuya tendencia osmótica es estar juntos por algún capricho del destino, será en ese momento cuando el ser humano se verá en posibilidad de descubrir su propósito, su sentido en la vida.
Y al conocer tu propósito, entonces llegarás a la habilidad de ordenar, hasta cierto punto, tu realidad. Digo “hasta cierto punto” debido a la condición natural del ser humano, el caos. Aunque la gente se empecine y ponga entusiasmo, sudor y lágrimas por lograr un mundo con orden y metódico, jamás, jamás se lograra una realidad con una metodología exacta. Es por esto que el humano es caótico, y por lo mismo que las ciencias exactas son terriblemente falaces. Conocido es, y negado es, para el humano: lo único absoluto es que nada es absoluto. No se niega la posibilidad de alguien intentando probar lo contrario, empero caerá ineludiblemente en el error del metodicismo, pues niega su propia naturaleza y se aferra a buscar una idea utópica, cuyo único fin es buscar la realidad como un concepto fácil y simple. La simplicidad, tan mal entendida por las masas como lo fácil. La simplicidad es, quizá, uno de los conceptos y estados más difíciles en esta realidad tan caótica. Una realidad, definitivamente, única e irrepetible para cada individuo. Lamentablemente, en la realidad individual sólo existo yo, sólo existe el ego y nada más. Y debido a esto, la realidad se vuelve en algo terriblemente solitario, pues nacemos solos y morimos solos; vagamos por la vida solos, con ilusiones sobre compañías, sobre familia (extraña estructura social creada para satisfacer la necesidad de compañía cuando, paradójicamente, ahora hace que la gente se sienta cada vez más sola en nuestros días), sobre relaciones interpersonales cuya veracidad y realidad no podemos ni siquiera comprobar. Así es la realidad del humano: caótica, incoherente y sola. Pero lo peor es: no hay forma de escapar de algunas normas sociales y culturales. No hay forma de expresarnos si no es a través del lenguaje, el cuál es limitado, deficiente y falto de veracidad al momento de describir cientos de situaciones, sentimientos y olores musicales. Vivimos en una realidad caótica alimentada de fuerzas que ni siquiera son existentes dentro de nuestra misma realidad, nuestra realidad personal, nuestro punto de vista. Eso es la realidad, un punto de vista con el cual nos movemos en la vida; un punto de vista cuya tendencia (osmótica), generalmente, está sobre y hacia el error.”
Doscientos trece miligramos de C21H23NO5 y mil doscientos dieciséis mililitros de vodka.
“Y quizá yo esté equivocado en mi punto de vista sobre la realidad, pero es mi realidad”
¡Vaya! Más de dos litros de vodka y doscientos cincuenta miligramos de C21H23NO5 permitieron a los dos empresarios conversar con su mejor amigo, el cigarro parlanchín. Una luz apagada, un reloj marcando las tres de la mañana y un olor a mate del cuarto de al lado. Dulces sueños.
Amaneció. El cigarro parlanchín ya no estaba, pero había dejado su vaso de vodka. Aun quedaba un poco. Un trago mañanero para animar el alma y corazón. El italiano tomo su maleta dejando un cuarto en caos. Pensó en el caos, en el cuerpo inerte y resolvió por aceptar el caos como condición natural del cuerpo. Pagó y salió de la habitación, encaminándose nuevamente hacia la estación del tren. Encaminóse pues, con diligencia y solemnidad, a comprar un boleto Paris-Pisa.
Mientras abordaba el tren, observó atentamente a su alrededor. Reflexionó acerca de su naturaleza caótica y realmente quedó estupefacto con tan sólo imaginarse la avidez con la que los matemáticos buscan patrones para ordenar el caos. Inmediatamente, vino a su mente la conversación con el cigarro: “en la realidad individual sólo existo yo, sólo existe el ego y nada más” Sería entonces inútil pensar sobre matemáticos buscando patrones o sobre economistas buscando evadir impuestos, nada de eso existe. La mente lo crea, lo percibe a través de sentidos cuya fiabilidad es nicht-fiable, unos sentidos que juguetean con la percepción de la mente, creando ilusiones sobre una realidad falsa, pero realmente cómoda. Una realidad con referencias, existencias y explicaciones. Pero una realidad fantasiosa, una realidad irreal.
El tren comenzó a moverse, y el vodka empezó a fluir por los labios, por la boca,…, rápidamente llegó a la sangre y al cerebro. Sensación tan placentera para llenar lo superfluo. El italiano no quiso pensar más sobre realidades, vacíos existenciales ni números de doscientos dieciséis dígitos. Tuvo un extraño sentimiento de soledad, el cual atribuyó al vodka. El viaje fue, entonces, bastante rápido. Al llegar a Florencia y transbordar hacia Pisa, el alegre italiano compro un litro de vodka y realizó rápidos movimientos. Nuevamente había C21H23NO5. Durmió todo el trayecto.
Al llegar a Pisa, se dedicó a caminar por las calles llenas de una historia romanofacista. Caminó por horas, pensando en todo y pensando en nada, pues el todo es la llenura del nada, y el nada es una totalidad, un todo. Deambuló bajo la luna italiana, conoció y reconoció un paisaje familiar. Volvió a escuchar esas risas, esos juegos y esos gritos de rameras. En fin, recordó un Van Gogh, un disco de Shostakóvich y una copa de Rotwein. Pasaron varios días, en los cuales simplemente vagó por la ciudad, sin propósito ni fin, pero increíblemente relajado, bebiendo vodka e inyectándose C21H23NO5.
Pasados ciertos días, recorría cierta plaza de Pisa, con una alegría tal que ni la misma Alicia, ni el cigarro parlanchín podrían comprender. Caminaba con una indiferencia hacia el Sol y hacia el e-i-gual-a-e-me-ce-a-la-dos, cuando notó unos carteles cerca de la esquina del café. Se aproximó al lugar donde estos se encontraban, tomó uno y lo leyó. El cartel anunciaba la desaparición de un Fabricio o Mariano, nunca leyó bien. Se ofrecía recompensa por él. Observó con detenimiento y atención la fotografía del sujeto desaparecido. Dejo caer el volante, dio media vuelta y se marchó. Al fin y al cabo, era un desconocido para él, el cartel era irrelevante, la fotografía era normal y le daba lo mismo…


Joetich Lesai Fanh
06-X-2009

lunes, 16 de agosto de 2010

Para un atardecer


Es increíble cómo descubres nuevas cosas de las personas cuando las conoces más. ¿Has descubierto nuevas cosas de mí? Definitivamente el tiempo me permite conocerte. Algunos dicen que, cuando me conocen más profundamente, cambia la forma en la cual me miran. ¿Cambia, en qué sentido? Pues cambia en que ahora, después de conocerme a fondo, se enamoran de mí. Pues, yo no te conozco tan profundamente, y no me he enamorado de ti, por lo que no podría decirte si eso es cierto. Es decir, ¿no me conoces? Si te conozco, y lo sabes. ¿Me quieres? Te quiero como a pocas personas en esta vida. ¿Y si me conocieras más profundamente? Entonces, según tu, correría el riesgo de enamorarme de ti. ¿Y no te gustaría correr ese riesgo? Son muchas preguntas muy seguidas, ¿no crees? Muy seguidas o muy separadas son concepciones espaciales y temporales tan pobres como un mar sin peces, preferiría una respuesta concreta. Siempre eres así; pues la respuesta es simple: no me importaría correr ese riesgo, pues sabiendo lo increíble que eres con lo poco que te conozco, no puedo esperar a ver cómo eres si te conozco aún más. ¿Aunque te enamoraras de mí? Pues entonces, me enamoraría de una persona inteligente, alegre y bella. ¿Y si ya te enamoraste? Sinceramente es una posibilidad que creo no ha sucedido. ¿Y si yo te abrazara? Te abrazaría también.
Se abrazan.
¿Y si yo te besara? Te besaría en la mejilla.
Le besa.
¿Qué harías si yo te besara así?
Le besa.
Yo haría esto.
Se besan.
Ahora ya me conoces más. Sí, ahora te conozco más. ¿Ahora te has enamorado de mí? Sí, estoy enamorado de ti. ¿Te enamoraste de mí en este instante? Me enamore de ti desde el primer momento en el que te vi, y cada segundo a tu lado me hace enloquecerme más y más.
Le besa, se abrazan y caminan hacia el balcón, desde donde se ve el atardecer.


Joetich Lesai Fanh
12-III-2010