martes, 5 de julio de 2011

Un Cuento Para Dormir

Para Tessa y Amanda

-Mamá, no puedo dormir.

El reloj marcaba, sin duda alguna, ya las altas horas de la noche.

-Hija, duerme, que mañana tienes que ir al colegio.

Con cierta insistencia, un tanto acompasada, la aguja giraba inevitablemente hacia la profundidad de la oscuridad, el ojo del búho.

-Mamá, cuéntame una historia.

-¿Prometes dormir después de ella?

-Claro.

-Está bien. Había una vez una pequeña gota de agua que se encontraba en una nube. La gota vivía feliz pues el viento la llevaba de un lado a otro, meciéndola con un suave arrullo y cantándole al oído bellas melodías de ensueño. Además, gozaba de la compañía de muchas otras gotas de agua, cuyo convivio era totalmente armonioso.

Cierto día, llegó a la nube una gota de agua nueva, producto de los flujos naturales del agua y nuestra pequeña amiga salió a darle la bienvenida: “¡Bienvenida seas! Mi nombre es Vita y, a nombre de toda la comunidad, te recibimos como una de nosotras.” “Gracias” contestó cortésmente la recién llegada “pero sólo estaré un corto periodo de tiempo con ustedes. Planeo bajar en cuanto el clima me lo permita”.

El murmullo no se hizo esperar entre la comunidad. Las madres intentaban distraer la atención de los más pequeños, mientras muchos de los adultos mostraban un semblante frívolo y notablemente descontento. Vita, sin perder la compostura, respondió a la premisa “Pero, ¿es qué no te agrada nuestro hogar?”. Todas las miradas se concentraron en la forastera. “Por supuesto que es muy lindo. Desde que llegué, pude respirar un ambiente hermoso y pacífico, pero creo que no podría estar tanto tiempo aquí arriba. Me gusta conocer y viajar a través de todas las tierras que me sean posibles”.

“Pues eso es precisamente lo que nosotros hacemos. Abandonamos nuestra suerte a merced del Viento, y él, sabiamente, nos conduce de un lugar a otro. Hemos visto poderosos monumentos de los seres que se cubren, hemos pasado por las obras de arte más bellas de nuestra madre Naturaleza, hemos recorrido amplios trayectos proporcionándole sombra a las manadas. Por lo demás, creo que es una excelente vida ésta, sin necesidad de bajar”.

“No puedo creer que digas eso. Estoy de acuerdo con que la sabiduría del Viento es la mejor opción para confiar nuestro porvenir, pero, ¿qué placer puede tener el observar por encima de ser parte de eso que ustedes tanto admiran? ¿Acaso encuentran placer en la pasividad? ¿Andar fluctuando de aquí a allá sin un verdadero propósito?”

Vita comenzaba a sentirse molesta. Nadie antes había rechazado la tradicional bienvenida. Con cierta molestia, respondió: “Pues dinos, ¿cuál es nuestro propósito? Digo, si crees que las y los que estamos aquí no tenemos propósito, te pedimos nos indiques el camino a seguir.”

“No fue mi intención decir que no tienen propósito. El hecho es que no encuentro belleza en su andar. Creo firmemente que el observar es una parte, pero el conocer por presencia propia es otra. Por supuesto que he visto todo lo que ustedes han visto, pero además, he conocido todo lo que ustedes sólo han visto. He viajado de la mano de los ríos a través de valles, montañas y praderas, me he deslizado por las paredes de esas maravillosas construcciones y he ayudado a refrescar a los miembros de muchas manadas. En pocas palabras, he vivido tal cual se debería vivir, tal cual nuestra madre Naturaleza quiso que viviéramos.”

Vita no atinó a contestar. Su cuerpo temblaba de la furia que las palabras de la forastera le habían provocado. Entonces, para su alivio, la nube tembló y se ennegreció mientras se juntaba con otras nubes.

“Hasta pronto amigas, espero nos podamos encontrar en breve” y la forastera fluyó hacia la tierra.

Meses después, un niño buscaba refugio de los rayos del Sol. El calor veraniego y la escasez de nubes provocaban una deshidratación brutal. Al final, logró llegar a la sombra de una nube. Desde la nube, Vita veía con nostalgia al niño. Sus discursos sobre la responsabilidad de mantener la nube unida para proveer de sombra a los seres terrestres habían sido menospreciados. Desde la llegada de esa forastera, los integrantes de la nube habían ido descendiendo poco a poco a la tierra. Ahora, quedaban muy pocos. Cuando llegaban nuevas gotas, Vita, recobraba un poco de jovialidad, pero casi siempre se iban y Vita regresaba a su letargo. Por fortuna, vio una gota acercándose y, presurosa, se alistó a recibirla. ¡Cuál fue su sorpresa al reconocer a la forastera!

“¡Qué tal! Es realmente sorprendente que nos volvamos a encontrar. ¿Cómo has estado?”

Vita no podía articular expresión alguna debido a la impresión. Estaba tan frívola y rígida que parecía un cristal.

“Veo que el reencuentro te ha dejado sin habla.”

“¿Por qué regresaste?” interrumpió bruscamente Vita. “¿No te fue suficiente romper con la armonía de mi hogar? ¿Acaso planeas robarme a las pocas compañeras que me siguen fieles?”

“¿Pero de qué hablas? Esto no es una cuestión de fidelidad, sino de libertad. Las gotas que han descendido o permanecido han tomado una decisión en absoluta libertad. Si yo sugerí algo, fue realmente algo de mi corazón. Mi sentir y mi amor se confirman en la libertad. Deberías de intentarlo. Es más, ¿qué te parece si te muestro a ese niño al cual admiras con tanta solemnidad desde aquí? Podrás recorrer su mejilla y ayudarle a huir del calor. El clima es perfecto. ¡Ven!”

Vita se encontraba aún más desconcertada por semejante invitación. Debía o no responder al desafío. “Bueno, si no estás lista puedes quedarte, pero recuerda: es mejor fluir que sólo fluctuar”.

La madre besó en la frente a la hija y la arropó en su cama. Las primeras gotas de lluvia golpearon la ventana. Se aproximaba una de esas lluvias que llenan de vida y fertilidad los campos. En breve sería época de cosecha. La madre apagó el interruptor de la luz y volteó a ver por última vez a su hija. Fluye, le dijo con una voz suave y maternal.


Joetich Lesai Fanh (16-VI-2011)