martes, 28 de septiembre de 2010

El Jinete

…Después se pierde en la noche,
Y aunque la noche es muy bella,
Él va pidiéndole a Dios
Que se lo lleve con ella…
José Alfredo Jiménez (1953) “El Jinete”


Llegué increíblemente cansado, pues el viaje a carreta a través de la sierra no era precisamente lo más cómodo. El polvo se levantaba y aglomeraba en densas nubes que dificultaban el paso a través de las veredas que conducen al pueblo. Me habían hablado del descuido y atraso en el cual se desarrollaba esta comunidad. Al llegar ahí, pensé incluso en una exposición a la cual había asistido días antes. Me imagine la ambientación del museo y pensé que si ésta hubiera sufrido una metamorfosis digna de algún desastre natural, se vería exactamente igual a lo que veían ahora mis ojos. En fin, camine con paso decidido, como era mi costumbre, y entre al pequeño pueblo.

Las voces de los niños que levantaban nuevas nubes de polvo mientras corrían como algún bello animal recién liberado en su hábitat natural, eran un colorido único del lugar. Las campanas replicaban, anunciando las tres horas de la tarde. Voltee a ver el viejo reloj de bolsillo, herencia de mi abuelo, y la hora era exactamente las tres con cuatro minutos. Desde que el reloj era de mi abuelo, siempre había impregnado una extraña aprensión, que yo llamaba manía, por lograr sincronizar perfectamente el reloj. El mantenimiento, el ajuste del engranaje y la limpieza minuciosa proporcionada por sus dueños era algo digno de locos.

En fin, mientras avanzaba por la que yo creía era la avenida principal, divise a lo lejos, un señor con aspecto desaliñado y pueblerino, con su sombrero de paja lleno de polvo, una camisa a cuadros tan desgastada por el uso como sus manos por el arado, y unas botas casi a punto de romperse. Me encamine hacia él, como en muchas e innumerables ocasiones había hecho con otras personas en distintos lugares.

Al llegar a la puerta de su casa, el olor a recuerdos y sabiduría comenzó a divisarse en el aire y una sensación, hasta ahora desconocida para mí, recorrió todas y cada una de las partes de mi cuerpo en una forma tan natural y extraña que temblé. Al acercarme, le salude con cierta cordialidad, y obtuve una respuesta fría y poco amable, pero en varias ocasiones había sido tratado así, por lo que respondí de una manera políticamente correcta:

-Disculpe mi falta de educación. Soy escritor, interesado en las leyendas populares y vine aquí porque me dijeron que acá habitaba un fantasma, un tal jinete.

Como por arte de magia, esa magia tan incomprensible y real que habita en las palabras y las vuelve un instrumento puro de belleza y poder, el extraño hombre enmudeció y empalideció cual mármol; los cantos de los niños dejaron de escucharse, pues sus madres habían corrido presurosas a llamarlos y refugiarlos en sus respectivos hogares. Por un momento me pareció, incluso, que las campanas dejaron de repicar y el viento cesó su murmuro decadente, pero hasta el día de hoy nunca he estado seguro de eso.

El viejo me miró y tras minutos de silencio que parecieron eternos, empezó a gesticular sonidos tan incomprensibles como el berrido de un cabrío, hasta que, pasada la emoción y vuelto el color a su rostro, me comentó:

-Caballero, he vivido casi setenta años aquí, y en toda mi vida, no había escuchado afirmación más descabellada. Todos huyen del jinete, y, ¿sabe por qué? Es porqué no es un fantasma, es tan real como yo mismo. Yo tuve el infortunio de conocerlo y me encuentro ahora condenado a conservar el recuerdo de cuando él era tan común como cualquiera de nosotros. Si es tanto su interés, como lo revelan sus expresiones faciales, entonces pase, y yo le contaré todo.

**

Él era uno de los capataces más poderosos y ricos de la zona. A pesar del movimiento revolucionario que se estaba gestando, Córdova no era precisamente el lugar más animado por el movimiento. Con esa presencia devastadora e imponente que poseía, acallaba cualquier voz de propuesta en toda la región. Su guitarra era, quizá, su única debilidad. Cuando se sentaba afuera de la hacienda, bajo la sombra refrescante del Mamey-Zapote, sacaba su guitarra y tocaba durante horas, como enajenado por una extraña fuerza, absorto en las cuerdas y los sonidos. Durante esos momentos de éxtasis y elevamiento, su figura se erigía como la de un niño, con la inocencia que los caracteriza, pero, como todo buen niño, mostraba parte de su faceta cruel y despiadada al mundo, siempre cuando estaba alejado de su guitarra. Yo siempre he pensado en los humanos como una extraña mezcla de luz y tinieblas, donde ninguna puede+ apagar a la otra y las dos se encarnan en una lucha interna por ser la faceta más conocida por el exterior. En fin, creo que él tenía más tinieblas que luz o, por lo menos, eso aparentaba.

Por aquellos días, llegó una familia de un banquero, quienes huían de los horrores de la capital del estado. Se instalaron en aquello que usted puede observar en lo alto del monte, esa construcción que asemeja a un monasterio. Mi abuelo decía que unos monjes jesuitas habitaron ese lugar en tiempos coloniales, pero que, ese lugar, era nada más y nada menos que el monte del diablo, y los jesuitas no tuvieron más remedio que huir del lugar tan pronto empezaron a suceder cosas extrañas. Sin embargo, esta familia menosprecio las advertencias de todo el pueblo ¡Ah, cuántas penurias nos hubiéramos ahorrado si tan sólo hubieran hecho caso!

En fin, llegaron durante el verano, creo que recién terminaba la Semana Mayor. El padre López fue el encargado de bendecir la tierra que pisaban. Fue y ofició una misa esa misma tarde, rogando al cielo por bendiciones y prosperidad. ¿Sabe que le pasó al padre López? Lo supuse, nadie conoce esa parte de la historia. A los pocos meses fue encontrado en estado de ebriedad abusando de la hija menor del panadero, quién envuelto en la ira de un padre destrozado, asesinó a golpes al padre y, después, metió los restos a su horno. Desde aquel domingo, cada semana el pan sale con un aroma y sabor ligeramente salado y algunas manchas de un color carmín oscuro. Debería de probarlo, es realmente delicioso.

Olvide mi historia. Todos coinciden que el padre López murió a raíz de bendecir esa tierra endemoniada, pues, como podría bendecir lo que es maldito. Sería como intentar construir un paraíso en el infierno. En lo que divergen las opiniones es en que fue lo que el demonio hizo en la vida del padre: provocarle esa ansiedad por la pedofilia, o provocar que esa ansiedad ya cultivada fuera descubierta por una persona igual de maldita e igual de descabellada con la emotividad suficiente como para matar de una forma tan despiadada. Gajes del oficio, en realidad nunca lo sabremos. Yo, en lo personal, creo que ya tenía ese vicio desde antes y, por bendecir tierra maldita, fue descubierto como castigo del mismísimo diablo. Siempre tuvo cara de maldito, cuando bautizaba niños y cuando veía las limosnas.

Pero me desvío de lo que a Usted realmente le interesa. Nuestro querido capataz -bueno, “querido” es un sarcasmo- fue a intimidar al banquero y su familia durante el oficio. ¡Cuál sería su sorpresa y admiración cuando vio a esa mujer de cabello castaño y tez blanca! Dicen, quienes tuvieron la desgracia de observar ese instante, que sus ojos brillaron cual dos luceros de noche de verano. Seguramente se enamoro perdidamente de ella desde el primer momento en que la vio. Pero fue un amor tan poderoso y tan ciego, tan fuerte y tan embrutecedor, uno de esos amores cuyo propósito no es construir, sino destruir.

¿La mujer? Ah sí, era bellísima. Algunos decían que ella era un ángel. Yo llegué a ver un retrato suyo y le juro por mi mujer, que en paz descanse, ella era una muchacha realmente bella. Quizá por eso él cayó perdidamente enamorado. El capataz se presentó con una cordialidad nunca antes vista en él, e hizo amistad con el banquero. A la semana de haber llegado, el capataz asistió a la comida dominical que el banquero ofreció para toda la gente importante. Mi madre asistió. ¿Mi familia? ¿Importante? Pues yo creo que ni para Dios somos importantes. Mi madre asistió pero como cocinera. Tenía una fama en el pueblo de preparar platillos deliciosos. Ella dice que aprendió de las visitas que hizo a Piedras Negras, pues ahí conoció a Tita, una excelente cocinera. Pero nuevamente divago sobre ideas que no le apetecen. Disculpe Usted. En fin, ese día, el capataz se quedó hablando en el despacho del banquero por cerca de cinco horas. Dice mi madre que al poco de salir, escuchó las campanas del monasterio que doblaban en señal de duelo, y se asustó. Pero al parecer, nadie hizo caso al augurio y se anunciaba que la hija del banquero contraería nupcias con el capataz en un lapso no mayor a cuatro meses.

Imagínese cuál fue la alegría del pueblo al saber que, tan pronto terminase la Revolución, el banquero y toda su familia regresarían a la Capital, y el capataz con ellos. Hubo fiesta en todo el pueblo. Danzas, comida y las campanas de la Iglesia replicaban de felicidad. Los niños corrían cual vivo deseo y cual fuego ardiente, ese fuego que crea y construye. Pero mi madre, quien también sabía leer las posiciones de los astros, presagió tormenta, tiempos de maldición para todo habitante que viviera en el pueblo. Algunos, asustados, huyeron del pueblo. Aún no entiendo el porqué mi familia no escapó, pues era bastante obvio que las consecuencias serían catastróficas para todos, quizá, nos volvería endebles a algún maleficio.

Para no hacer esto largo, el día acordado llegó y la mujer, con esa belleza increíble, vestida en ese blanco pureza, contrajo nupcias en la capilla del monasterio. ¿Perdón? En efecto, el oficiante de la ceremonia religiosa fue el Padre López. La fiesta duró casi una semana, donde los platillos, las prostitutas y el vino no pararon de correr entre los asistentes a la boda. Se cuenta que el mismo Andrés Ascencio estuvo invitado al evento, y asistió por cerca de tres días. Pero para fortuna suya, abandonó el pueblo antes del siguiente domingo. Cuando se cumplieron ocho días de festejos, como invocados por el mismo diablo, torrentes del cielo y de la tierra se desataron, y mientras una lluvia con unas características tan extrañas que quemaba, se desataba sobre todo el pueblo, causando serías laceraciones en la piel de aquellos cuya embriaguez no les permitía levantarse del suelo y se encontraban semidesnudos a causa de la interrupción del encuentro con sus putas; mientras eso sucedía, la tierra dejo subir vapores y se abrió, se agrieto y rugió, para finalmente, escupir una bola de fuego que alcanzó el vestido de la novia, envolviéndola en una danza incandescente de llamas que subían, bajaban y saltaban con alegría sobre el rostro y cuerpo de la desdichada.

El capataz, quien había acompañado a Ascencio a Puebla, se había detenido en un burdel de la sierra, con putas de escasos pesos y placeres incontrolables. Al llegar aquí sus ojos tuvieron el infortunio de ver como las llamas, con avidez, devoraban los últimos alientos de vida de su amada. Lloró. Lloró como nunca antes se había escuchado en el pueblo. Rasgó sus vestiduras y le guardó luto por espacio de un mes, durante el cual, nadie le vio salir de su hacienda, y se cree que se paso noche y día bajo la sombra de su árbol.

Al consumarse el mes de luto, una noche, montó su caballo negro, tomando su guitarra y la inspiración del tiempo perdido en busca de su amada, y se dirigió al monte, más allá del monasterio, donde se extienden los límites del bosque, ese bosque maldito del cual ahora él es habitante y esencia, del cual ahora él es jinete. Esa noche, noche de luna llena, quedó maldita, y ahora, cada luna llena, se escucha el canto del jinete, quien va penando la desdicha de haber perdido a su amada por unas putas y un vaso de vino.

**

El relato me dejó desilusionado. Después de haber viajado a Macondo y a Comala, este viaje se me hacía realmente una pérdida de tiempo. Jamás creí que una leyenda pudiese tener tan mala explicación, y realmente creí que me tomaban el pelo. Pero espere un par de noches, sin que nada digno de mencionarse sucediera.

A la tercera noche, tome un caballo y me encamine hacia el monte del monasterio, hacia el bosque maldito, hacia la leyenda del jinete. Nada sucedía en la pasividad del monasterio y de sus alrededores. Más adentro, cuando la flora era más espesa, parecía la cuna de la tranquilidad, donde ni el menor ruido hubiese podido despertar al niño más inocente del sueño más profundo. Comenzaba a vencerme el sueño cuando, a escasos metros de mí, la maleza se movió extrañamente. No había viento y los animales parecían haberse asustado. Observé con atención y un silencio sepulcral reinaba mi entorno. Me estremecí. Al poco, esa quietud fue corrompida por el ruido de un caballo corriendo a todo galope rumbo al monasterio. Con todo el cuidado, me dirigí hacia el lugar. Pero a poco de llegar, una luz cegadora, como de una bola de fuego, tomó posesión del interior de la construcción y el grito más desgarrador y estremecedor que el hombre pudo alguna vez haber imaginado, recorrió todas y cada una de las partes de mi cuerpo, mi cara palideció y sentí como mi temperatura corporal bajaba de manera drástica. Tuve dificultades para respirar y para lograr distinguir las formas de los objetos. Mi corazón aceleró su ritmo y sentía que se iba a salir de mi pecho. Me asusté y creo, incluso, grité. Pero todo fue opacado cuando las campanas del solitario inmueble comenzaron a repicar en señal de duelo y pude distinguir una figura montada en un caballo salir por la puerta principal. Me desmayé…

Al otro día, mi cuerpo fue encontrado y rescatado por el viejo que me contó la historia. Él me atendió y me preparó una infusión que, según lo que su madre le había contado, tenía el poder de fortalecer el alma a fin de reponerse del encuentro con los muertos.

Tan pronto me recuperé, huí del pueblo. Aún, hoy en día, cuando escribía esta historia, no estaba seguro si había visto un fantasma o un ser humano; no sabía si fue por amor o por orgullo, por entrega o por estupidez, nunca quise averiguar más sobre este jinete. Pero una cosa sé, y estoy completamente seguro de ella, el grito de aquella noche, fue único, indescriptible y aterrador. Fue el grito de Julieta al conocer a Romeo muerto, fue el grito de una madre al saber a su hijo descuartizado por un error de cálculo en Afganistán, fue el grito de Gabriel, quien anhelaba estar a la derecha de Dios...

Joetich Lesai Fanh
08-III-2010

sábado, 21 de agosto de 2010

De Mejores Amigos a Desconocidos

Y en mis manos solo quedó el recuerdo
De lo que fue, lo que no fue y que no es…
Joetich Lesai Fanh. (2008) “Cariño Quimérico”


Mariano y Fabricio, dos imberbes con hambre de mundo y sed de aventura, cuya pasión por el vino, el juego y las mujeres alcanza excitación tal, que los mismos dioses del Olimpo se regocijan a costa de las musas y las discusiones de Amón Ra cuando Thor agita su furia contra Tláloc, del otro lado del globo (balón, esfera o pedazo de papel, da lo mismo) donde todo sucede pero nada pasa, y todo pasa pero nada sucede.
Viejos conocidos de una infancia plagada de risas, juegos y uno que otro grito desesperado de una meretriz en la siguiente calle. Su adolescencia no estuvo lejos de los juegos obscenos y los programas televisivos sobre fútbol y nuevos talentos artísticos, cosa digna de los agorafóbicos y no-lectores de Julio Verne. Sus padres, empresarios del erotismo banal y las grandes cantidades de drogas socialmente aceptadas. Sus amigos, la compañía de un cigarro parlanchín y la imagen de un Van Gogh o un Da Vinci, donde siempre era la última cena con una noche estrellada. Quizá porque el cigarro parlanchín, ávido conocedor de lo grecorromano y del arte romántico, hablaba incesantemente sobre técnicas y manejo de tonos mientras bebía su siempre interminable vaso de vodka. O quizá porque Van Gogh no se parecía en nada a Shostakóvich y la música lograba estrellarse en una noche con la pintura, siempre contando con la presencia del vodka y círculos violetas.
En fin, dos amigos cuyas historias se habían entrelazado por cuestión del azar (dice Albert que Dios no juega a los dados) (pero dice Friedrich que Dios ha muerto). Al llegar a la flor de la juventud, la cual, para la mayoría de las masas se convierte en cempasúchil en vez de una rosa, en el mejor de los casos, negra, Mariano y Fabricio salieron de Pisa y llegaron a Paris, la ciudad del amor y de los amantes, donde acontecen sucesos como los desconocidos volviéndose mejores amigos.
Estos dos amigos emprendieron un viaje de negocios, el cual se convertiría en un viaje de caos. Caos. Será que el caos es un orden superior de algún espíritu, o será el concepto humano de explicar lo inexplicable, o será un patrón matemático sobre un número de doscientos dieciséis dígitos, o será una agrupación musical de canciones no feministas, o será simplemente la puerta hacia un universo paralelo, o será la llave para librarnos de las cadenas y salir de la cueva. En este orden, o en cualquier otro orden con cualquier otra opción en consideración, el caos es la condición natural del ser humano, donde la causa y el efecto son sólo percepciones para los débiles de intelecto y los pobres de alma. Detalles.
Mariano y Fabricio llegaron a la capital del amor. Reconocieron un olor a finas joyas, abrigos llenos de polillas por su nicht-uso, y sonido bello en sí proveniente de Debussy (o algún estudiante del Conservatorio de Paris). Mientras se encaminaban hacia la Torre Eiffel, sus ojos se deleitaban con los sabores parisinos: las chicas de ascendencia mexicana (una llevaba una mochila azul) que caminan buscando una oportunidad de actuar, de convencer al público sobre una realidad que no existe, pero que existe en Hamlet y Edipo; también se encuentran los hombres argentinos que rondan a los 40 años, pero cuya sabiduría (mente proterva y traicionera) ronda a Aristóteles en disolución con Dixieland y un toque de Miguel Ángel; quizá valdría la pena mencionar el sabor de un cigarro y una copa de Rotwein en un pequeño café en la rue des Lombards, todo mezclado con el gorjeo de algún pájaro perdido en su ruta hacia el sur. Pero si en fragancias y sabores se pudiera resumir toda la historia de una ciudad, la belleza de miles de almas conviviendo en una relación aislada, la sustancia de la ciudad se trastornaría en una simple ecuación química donde pájaro más polillas dan como resultado Paris (para el momento en que esto sea leído, Jeremías aun estará intentando balancear la ecuación). Además, la multifactoriedad de datos junto con lo cambiante de los seres humanos puede hacer que el Paris de hoy no sea el mismo al Paris de ayer, pero probablemente muy parecido a la Babilonia de hace tres mil años o Rio de Janeiro en cinco años más. Pero el cambio de Paris, la evolución como un buen darwinista lo llamaría, no se debe al cambio de sus habitantes, pues los habitantes son entes de una realidad totalmente distinta a la realidad de Paris, personaje solitario, único componente de su realidad, así como Mariano es el único de su realidad y Fabricio es el único de la suya. Por lo tanto, Paris es una realidad, la multifactoriedad de datos es otra y el número de doscientos dieciséis dígitos es otra.
Después de conocer Paris como cualquier buen turista, tomando tantas fotografías como es posible y permitido, intentando capturar la realidad de un segundo y un semáforo en rojo, Mariano y Fabricio se dirigieron a casa de Jean, buscando cerrar el negocio transnacional. Sentados en una terraza, Mariano, Fabricio, el cigarro parlanchín, el vaso de vodka y Jean discutían sobre ideas de la muerte y el beisbol, producto de una concentración alta de C21H23NO5. Claro estaba que un ataúd y una casa llena se encontraban en una misma realidad, pero una realidad poblada de caos y C21H23NO5. Pero el negocio es negocio, y por más de tener al cigarro bebiendo vodka mientras hablaba sobre Marco Aurelio, el colesterol alto y el subterráneo neoyorquino, Mariano, Fabricio y Jean hablaban sobre cifras, molaridad y el transporte por tren. Después de doscientos dieciséis minutos de regateos, y con euros más y euros menos, se completo la operación financiera, donde dos empresas se comprometían a ser, una la prestadora del bien y la otra, la compradora y distribuidora. Típico contrato comercial del capitalismo, de la burguesía reinante en un mundo inevitablemente anarquista, pero con una máscara comunista y un disfraz keynesianista. Y en algún remoto lugar del planeta, aún hay personas para las cuales la secesión y Abraham Lincoln son tan importantes como Peter Pan y la sombra de una palmera, y esto es debido a que cada una de estas personas viven en su realidad única y autónoma, su burbuja de cristal, una realidad cuya interpretación depende del punto de vista, del trasfondo personal del individuo existente en la realidad. “Existo, y si me da la gana, puedo intentar pensar”. Mariano y Fabricio recibieron un adelanto del importe total del bien comprado por Jean.
El cigarro parlanchín seguía bebiendo vodka y hablando sobre globalización.
Mariano salió de casa de Jean, seguido de Fabricio. Fabricio no acepto del todo el trato marianesco, pero firmó el contrato. ¿Incoherente? Simplemente coherencia del caos y una realidad diferente, una auténtica irrelevancia. Caminaron hacia la estación del tren, buscando regresar a Italia esa misma noche. Subió Mariano al tren, mientras Fabricio compraba los boletos. Interesante paradoja de un empresario cerrando un micronegocio sobre un servicio, cuando segundos antes, había cerrado un macronegocio en compañía de C21H23NO5. En fin, Francia e Italia no existen en la realidad, quedarse o irse sigue siendo una cárcel del mundo físico, del espacio y del tiempo, una cárcel metafísica y se transmuta, se vuelve un hogar para la mayoría de los ciudadanos del mundo, donde un boleto de avión, una acción-reacción y una papeleta para una votación son, exactamente e inevitablemente, las reglas de vida y conducta. Una vida tan cómoda sumidos en la mediocridad y la indiferencia, donde nada cambia, y si cambia, fue por una causa, el efecto de una acción, probablemente descrita por una función matemática, una relación físico-química o una actividad enzimática.
Y el cigarro parlanchín seguía bebiendo vodka y discutiendo sobre moda en Milán.
Mariano, por su parte, leía informes en un periódico francés sobre una variación negativa de la bolsa. Cero punto treinta y siete por ciento rojo. En seguida, leyó un resumen deportivo acerca de algún partido que se había desarrollado en algún punto de Rusia. Nunca estuvo completamente seguro si fue en Rusia o en Egipto, la verdad, su lectura era superficial y banal, pues su mente se encontraba conversando con el cigarro parlanchín y bebiendo vodka. ¡Ah, la sensación del vodka en la boca! ¡Dulce placer mortal! Pero la memoria es traicionera, recordando perfectamente el sonido del diario cuando la página fue cambiada; en ese momento, apareció ante sus ojos un pequeño reportaje sobre un tsunami en alguna parte del sureste asiático. Número de muertos: cerca de los setenta mil. Número de desaparecidos: ronda los doscientos dieciséis mil. Pérdidas materiales: estimadas en más de noventa millones de dólares. Y el C21H23NO5 se acabó. Mariano se levanta, sin apuraciones ni contratiempos, del asiento y se dirige al baño. Tranquilamente, saca del bolsillo un dispositivo desconocido por los mayas. Nuevamente hay C21H23NO5.
Fabricio busca a Mariano, pregunta a un señor, a una dama y a un vendedor de boletos. De pronto, lo ve en un vagón, saliendo del baño. Lo llama. Informa que los boletos se han agotado. Catástrofe parisina. Pese a esto, estar en Paris, estar en Italia, estar en Sri Lanka da lo mismo. Salen y rentan un cuarto de un motel barato. Fabricio pide a Mariano, Mariano saca del bolsillo y entrega a Fabricio. Un amarre, dos toques, un movimiento rápido y el cigarro parlanchín se encuentra nuevamente con ellos. Amenaza una velada llena de vodka, C21H23NO5 y discusiones insignificantes con un (tras)fondo multidireccional, a piacere, si se permite la expresión. Fabricio corrige, lo que pasa en el mundo.
El cigarro parlanchín, sin dejar de beber vodka, empezó a hablar sobre el vacío existencial.
“Si tan sólo el humano supiera qué hacer con su vida. Andan de un lado a otro, vagando a la deriva por un mundo cuya realidad no incluye una relación fuera del Ego, sino un mundo preocupado por sí mismo, únicamente por sí mismo. En fin, el humano vaga y vaga en la inmensidad del tiempo y el espacio. Es curioso cómo tiempo y espacio son conceptos creados por el hombre, conceptos cuyo origen es innegable, pues como el hombre son imperfectos.
Hablemos, pues, del tiempo. La referencia de en el principio del tiempo es poco válida, puesto que ningún humano, ni uno solo, es capaz de lograr establecer el alfa del tiempo. Pero os tengo una noticia, para todo aquel que cree en el mañana o en el ayer, debido a la incapacidad total para establecer el principio o el fin del tiempo, sólo existe el hoy. Y lo que no existe, no debe ocuparnos. Si alguien cree en lo que existió, se encuentra en un grave error. Lo que existió no existe, por lo tanto, no importa. Ahora bien, si afirmamos que no existió ni existirá, porque la realidad sólo existe, el lenguaje se vuelve un método esclavizante para el mismo humano. El uso de cualquier tiempo verbal no correspondiente al presente es, simplemente, una paradoja.”
“¿Paradoja?, sí el cigarro ya lo dijo; no existe porque es pasado” pensó el empresario, mientras bebía un trago de vodka.
“Pero todo esto encierra una nueva paradoja dentro de sí, y analicemos desde el punto (plano/espacio) donde negar la existencia del pasado anterior es negar la existencia de uno mismo, pues no existí ni antes del segundo en el que vivo, ni existiré después del mismo. Por lógica y siguiendo este razonamiento (del razonamiento y la lógica me ocuparé después) el ser humano no puede estar en el tiempo; en cambio, el ser humano es un ser atemporal. Así es, un ser atemporal. El ser humano existe a pesar del tiempo, concepto creado para establecer referencias que, al mismo tiempo, son cadenas. Si Platón pudiera escuchar esto, reconocería las cadenas cuya función y maldición es mantener al cuerpo y a la mente dentro de la caverna, observando solamente sombras en vez de los objetos. Y las barreras del tiempo, del ayer, hoy y mañana, lo único funcional en ellas es evitar que el pájaro azul levante el vuelo. Aprisionan la mente, no permitiéndole ver más allá de las horas, los minutos y los segundos. Debemos librarnos de las cadenas, romper paradigmas, y levantarnos de nuestra terrible condición vegetal, una condición caótica donde, ni la mujer ni el hombre, pueden conocer la verdad, una verdad que os hará libres”
El otro socio de negocios no se permitía, para este punto de la velada, pensar en pájaros azules, pues acababa de obtener su dosis número doscientos dieciséis de C21H23NO5, además de otro vaso de vodka. Intentó recordar: cerca de seis dosis en dos horas, podría aguantar aún un poco más.
“Ahora bien, el espacio nuevamente es, junto con el tiempo, una cadena más para el ser humano de esta época. Si el humano pudiera considerar la posibilidad de salir de las fronteras espaciales y dimensionales cuya consecuencia es provocar un mundo más cómodo, podría entender muchas posibilidades de verdad”
“¿Cadenas? ¿Por qué todo son cadenas?” decía el vodka en el cuerpo de los italianos.
“Pero, ¿a quién le gustaría vivir encadenado? ¿A quién le gustaría ceder su libertad? Al hombre de hoy, personaje paradójico que cede su libertad al sistema, a la naturaleza o al gobierno, con tal de poder vivir en un mundo de confort, donde hay un tiempo para referenciar, un espacio para existir, y una relación causa-efecto para explicar. Esta es la desgracia del humano, no puede pensar más allá de los segundos, los metros y las reacciones. Y todo eso deriva en el hecho de no lograr encontrarle sentido a la vida (cabe hacer la aclaración, a manera de pie de página, de no confundir entre no encontrar sentido y ser sinsentidista, sobre todo por la aplicación existencial de la primera expresión). El sentido o el propósito va más allá de los segundos, pues es del ser humano, y junto con el ser humano proceden de la misma naturaleza: atemporal. En el momento en el cual los ojos logren ver a través de las barreras espaciales, temporales y físicas, en el momento donde la causa y efecto no sea una relación absoluta, sino simplemente dos acontecimientos independientes y autónomos cuya tendencia osmótica es estar juntos por algún capricho del destino, será en ese momento cuando el ser humano se verá en posibilidad de descubrir su propósito, su sentido en la vida.
Y al conocer tu propósito, entonces llegarás a la habilidad de ordenar, hasta cierto punto, tu realidad. Digo “hasta cierto punto” debido a la condición natural del ser humano, el caos. Aunque la gente se empecine y ponga entusiasmo, sudor y lágrimas por lograr un mundo con orden y metódico, jamás, jamás se lograra una realidad con una metodología exacta. Es por esto que el humano es caótico, y por lo mismo que las ciencias exactas son terriblemente falaces. Conocido es, y negado es, para el humano: lo único absoluto es que nada es absoluto. No se niega la posibilidad de alguien intentando probar lo contrario, empero caerá ineludiblemente en el error del metodicismo, pues niega su propia naturaleza y se aferra a buscar una idea utópica, cuyo único fin es buscar la realidad como un concepto fácil y simple. La simplicidad, tan mal entendida por las masas como lo fácil. La simplicidad es, quizá, uno de los conceptos y estados más difíciles en esta realidad tan caótica. Una realidad, definitivamente, única e irrepetible para cada individuo. Lamentablemente, en la realidad individual sólo existo yo, sólo existe el ego y nada más. Y debido a esto, la realidad se vuelve en algo terriblemente solitario, pues nacemos solos y morimos solos; vagamos por la vida solos, con ilusiones sobre compañías, sobre familia (extraña estructura social creada para satisfacer la necesidad de compañía cuando, paradójicamente, ahora hace que la gente se sienta cada vez más sola en nuestros días), sobre relaciones interpersonales cuya veracidad y realidad no podemos ni siquiera comprobar. Así es la realidad del humano: caótica, incoherente y sola. Pero lo peor es: no hay forma de escapar de algunas normas sociales y culturales. No hay forma de expresarnos si no es a través del lenguaje, el cuál es limitado, deficiente y falto de veracidad al momento de describir cientos de situaciones, sentimientos y olores musicales. Vivimos en una realidad caótica alimentada de fuerzas que ni siquiera son existentes dentro de nuestra misma realidad, nuestra realidad personal, nuestro punto de vista. Eso es la realidad, un punto de vista con el cual nos movemos en la vida; un punto de vista cuya tendencia (osmótica), generalmente, está sobre y hacia el error.”
Doscientos trece miligramos de C21H23NO5 y mil doscientos dieciséis mililitros de vodka.
“Y quizá yo esté equivocado en mi punto de vista sobre la realidad, pero es mi realidad”
¡Vaya! Más de dos litros de vodka y doscientos cincuenta miligramos de C21H23NO5 permitieron a los dos empresarios conversar con su mejor amigo, el cigarro parlanchín. Una luz apagada, un reloj marcando las tres de la mañana y un olor a mate del cuarto de al lado. Dulces sueños.
Amaneció. El cigarro parlanchín ya no estaba, pero había dejado su vaso de vodka. Aun quedaba un poco. Un trago mañanero para animar el alma y corazón. El italiano tomo su maleta dejando un cuarto en caos. Pensó en el caos, en el cuerpo inerte y resolvió por aceptar el caos como condición natural del cuerpo. Pagó y salió de la habitación, encaminándose nuevamente hacia la estación del tren. Encaminóse pues, con diligencia y solemnidad, a comprar un boleto Paris-Pisa.
Mientras abordaba el tren, observó atentamente a su alrededor. Reflexionó acerca de su naturaleza caótica y realmente quedó estupefacto con tan sólo imaginarse la avidez con la que los matemáticos buscan patrones para ordenar el caos. Inmediatamente, vino a su mente la conversación con el cigarro: “en la realidad individual sólo existo yo, sólo existe el ego y nada más” Sería entonces inútil pensar sobre matemáticos buscando patrones o sobre economistas buscando evadir impuestos, nada de eso existe. La mente lo crea, lo percibe a través de sentidos cuya fiabilidad es nicht-fiable, unos sentidos que juguetean con la percepción de la mente, creando ilusiones sobre una realidad falsa, pero realmente cómoda. Una realidad con referencias, existencias y explicaciones. Pero una realidad fantasiosa, una realidad irreal.
El tren comenzó a moverse, y el vodka empezó a fluir por los labios, por la boca,…, rápidamente llegó a la sangre y al cerebro. Sensación tan placentera para llenar lo superfluo. El italiano no quiso pensar más sobre realidades, vacíos existenciales ni números de doscientos dieciséis dígitos. Tuvo un extraño sentimiento de soledad, el cual atribuyó al vodka. El viaje fue, entonces, bastante rápido. Al llegar a Florencia y transbordar hacia Pisa, el alegre italiano compro un litro de vodka y realizó rápidos movimientos. Nuevamente había C21H23NO5. Durmió todo el trayecto.
Al llegar a Pisa, se dedicó a caminar por las calles llenas de una historia romanofacista. Caminó por horas, pensando en todo y pensando en nada, pues el todo es la llenura del nada, y el nada es una totalidad, un todo. Deambuló bajo la luna italiana, conoció y reconoció un paisaje familiar. Volvió a escuchar esas risas, esos juegos y esos gritos de rameras. En fin, recordó un Van Gogh, un disco de Shostakóvich y una copa de Rotwein. Pasaron varios días, en los cuales simplemente vagó por la ciudad, sin propósito ni fin, pero increíblemente relajado, bebiendo vodka e inyectándose C21H23NO5.
Pasados ciertos días, recorría cierta plaza de Pisa, con una alegría tal que ni la misma Alicia, ni el cigarro parlanchín podrían comprender. Caminaba con una indiferencia hacia el Sol y hacia el e-i-gual-a-e-me-ce-a-la-dos, cuando notó unos carteles cerca de la esquina del café. Se aproximó al lugar donde estos se encontraban, tomó uno y lo leyó. El cartel anunciaba la desaparición de un Fabricio o Mariano, nunca leyó bien. Se ofrecía recompensa por él. Observó con detenimiento y atención la fotografía del sujeto desaparecido. Dejo caer el volante, dio media vuelta y se marchó. Al fin y al cabo, era un desconocido para él, el cartel era irrelevante, la fotografía era normal y le daba lo mismo…


Joetich Lesai Fanh
06-X-2009

lunes, 16 de agosto de 2010

Para un atardecer


Es increíble cómo descubres nuevas cosas de las personas cuando las conoces más. ¿Has descubierto nuevas cosas de mí? Definitivamente el tiempo me permite conocerte. Algunos dicen que, cuando me conocen más profundamente, cambia la forma en la cual me miran. ¿Cambia, en qué sentido? Pues cambia en que ahora, después de conocerme a fondo, se enamoran de mí. Pues, yo no te conozco tan profundamente, y no me he enamorado de ti, por lo que no podría decirte si eso es cierto. Es decir, ¿no me conoces? Si te conozco, y lo sabes. ¿Me quieres? Te quiero como a pocas personas en esta vida. ¿Y si me conocieras más profundamente? Entonces, según tu, correría el riesgo de enamorarme de ti. ¿Y no te gustaría correr ese riesgo? Son muchas preguntas muy seguidas, ¿no crees? Muy seguidas o muy separadas son concepciones espaciales y temporales tan pobres como un mar sin peces, preferiría una respuesta concreta. Siempre eres así; pues la respuesta es simple: no me importaría correr ese riesgo, pues sabiendo lo increíble que eres con lo poco que te conozco, no puedo esperar a ver cómo eres si te conozco aún más. ¿Aunque te enamoraras de mí? Pues entonces, me enamoraría de una persona inteligente, alegre y bella. ¿Y si ya te enamoraste? Sinceramente es una posibilidad que creo no ha sucedido. ¿Y si yo te abrazara? Te abrazaría también.
Se abrazan.
¿Y si yo te besara? Te besaría en la mejilla.
Le besa.
¿Qué harías si yo te besara así?
Le besa.
Yo haría esto.
Se besan.
Ahora ya me conoces más. Sí, ahora te conozco más. ¿Ahora te has enamorado de mí? Sí, estoy enamorado de ti. ¿Te enamoraste de mí en este instante? Me enamore de ti desde el primer momento en el que te vi, y cada segundo a tu lado me hace enloquecerme más y más.
Le besa, se abrazan y caminan hacia el balcón, desde donde se ve el atardecer.


Joetich Lesai Fanh
12-III-2010

sábado, 31 de julio de 2010

Hoy no es miércoles

Resultaba una sensación en verdad extraña, como de extranjerismo, como de exclusión. Era un tanto parecida a una fotografía en blanco y negro de personas y objetos que no conozco representando temas que no comprendo. Mi caminar, un tanto parecido a deambular, era errático e irregular, producto de la inestabilidad del entorno circundante a mi vida. Quizá la inestabilidad no era producto del entorno, sino algo más introspectivo, algo dentro de mí parecía sonar ilógico, incoherente y hasta injustificable. Era imposible de describir.
Entretanto, yo buscaba refugio en la banqueta adoquinada del centro de la ciudad. Los adoquines, desgastados por el paso de tantas personas descuidadas, parecían gritar, reclamando su propio espacio vital, o Lebensraum como diría el famoso nacionalsocialista. Parecían exclamar a una voz gritona la expansión de sus dominios ya fuera hacia cualquiera de los lados de su figura un poco hexagonal. Parecían discutir airadamente sobre los límites formales entre un adoquín y otro, y de vez en cuando, se podía observar una fractura ocasionada por la riña entre dos adoquines con esperanzas de ensanchamiento. Y aunque estas diferencias y coyunturas eran discutidas con el pleno ejercicio del silencio, si uno presta extrema atención y agudiza el oído, puede llegar a captar parte, o quizá todos los diálogos del ir y venir de estos singulares objetos. Y mientras las disensiones políticas y sociales continuaban, yo juzgue conveniente el caminar simétrico, a la luz de un viejo farol, procuraba desplazar igual número de adoquines en cada paso (primero fueron tres, luego dos), sin perder la uniforme distancia entre ambos pies, la cual se expresaba en dos adoquines.
Me permití distraer mi atención, pues a escasos (uno, dos, tres,… veintiséis) veintiséis adoquines a la derecha de mí se encontraba abierto una edición de un diario. Tras romper mi andar euclidiano, y acercarme al periódico, me di cuenta que era solamente una vieja hoja olvidada en ese rincón de la ciudad; pertenecía a la edición del día que en esos mismos segundos encontraba su ocaso y pude leer en grandes y gordas letras negras del encabezado de la página principal el siguiente título: Gaceta Distópica. El título me pareció un tanto gracioso y sinsentido, parte de un juego monótono y destructivo emprendido desde hace ya varios años por la industria de los medios de comunicación masivos. Llamó, sin embargo, un apartado en la última hoja, un par de artículos cuyo tamaño parecía tan despreciable que, seguramente, el lector o lectores de este número podrían haber dejado pasar desapercibidas esas letras; pero ése no fue mi caso. Desprecié el gran desplegado que anunciaba alguna importante oferta de alguna relevante cadena de tiendas departamentales y posé mi vista sobre un pequeño escrito donde se describía el surgimiento de una nueva tendencia artística, impulsada por jóvenes atrevidos e irreverentes, cuyo descaro llegaba “al límite entre el nihilismo constructivo artístico y la destrucción irremediable del arte”, según palabras propias de uno de los artistas, reproducidas por un aburrido reportero asignado a cubrir la nota. Y me atrevo a usar el calificativo aburrido pues sus palabras y descripciones se antojaban pesadas y desastrosas, a poco con sabores tenues y aromas despreciables, a poco con constantes muletillas que dificultaban y hacían soporífera la lectura, a poco con notables diferencias entre las citas de los efímeros artistas y las desganadas letras de una computadora cuyo teclado se encuentra glutinoso y displicente a causa de los constantes derrames de café. El otro artículo era sobre algunas implicaciones socioeconómicas de actualidad, algo que parecía demasiado importante como para merecer una lectura en tan bohemia situación.
Me pareció algo muy apropiado dejar en paz aquella hoja que, seguramente, serviría de abrigo para algún vagabundo, de los presentes en abundantes cantidades dentro de la ciudad. Dejando de lado esos absurdos y equívocos pensamientos, me reintegré al desplazamiento simétrico, ese caminar robotizado, idiotizado, humanizado. Mientras me dejaba conducir por adoquines dispuestos a distancias regulares, mi mente deambulaba por oscuros callejones en una noche oxidada por la melancolía y la soledad hasta que algo me devolvió a las avenidas de la lucidez del consenso. Pude notar el rápido movimiento de una pequeña arañita a todo lo largo y ancho de los adoquines del suelo, un arrastrar que no respetaba la geometría preordinada de los adoquines pues desafiaba galantemente los caminos descritos con mucha anterioridad para el movimiento sobre el adoquinado. El movimiento de las diminutas patas del animal era rítmico, con un cierto contrapunto barroco y cromatismo dodecafónico transmutando ese suave pataleo en un perfume similar a un campo de gardenias. Creí necesario el proseguir mi infructuosa persecución al inigualable aroma y melodía vanguardista. Corrí desesperado, intentando conseguir el detalle dentro de la unidad visual a la cual yo estaba expuesto. Mi sentido de la vista, ciertamente falto de agudeza, tenía poca esperanza de victoria en semejante correría; pensé en cuánto habría dado en ese momento por una cámara de video, de fotografía o inclusive un lente de aumento, e imaginé el monóculo de algún aristócrata inglés de hace ya varios ayeres. Tras una cacería particularmente larga, logré llegar a lo que parecía su refugio, escondite o madriguera: un salón abandonado dentro de uno de esos edificios con aspecto a colonial y perfume a madera carcomida por los años y joyas olvidadas dentro de un mestizaje de sangre.
En ese poco amplio recinto pude notar un reloj cuyo tiempo no se detenía desde hace ya varios años, creo yo. Me pareció extravagante y hasta una especie de mofa el hecho de que el reloj estuviera pegado a la pared con lo que parecía ser una cinta adhesiva, en lugar de algún aditamento especial… o clavos, una gran solución. Mientras me mantuve ahí, esperando lo inesperable, el reloj marchaba con una precisión que daba asco. El constante cliqueo de la manecilla conocida como segundero daba vueltas y vueltas en mi cabeza, torciéndola y deformándola a placer, primero hacia la izquierda, después hacia la derecha, después hacia enfrente, después hacia abajo, y después vueltas y vueltas para recomenzar el necesario proceso, pero ahora la derecha era abajo, y la izquierda era arriba, and so on…
Finalmente me decidí por salir del polvoso y entelarañado vestíbulo para poder respirar un poco de aire fresco. Fue hasta ese entonces de que reparé en lo extraño de los sucesos de los últimos minutos, u horas, pues podrían bien haber sido horas. Me pareció algo totalmente inusual e ilógico, un tanto incoherente pero no por ello injustificable. Seguro había una justificación, la cual yo había dejado pasar por alto. Tras meditar en ello mientras me encontraba sentado en una banca del parque, desde donde podía apreciarse con nitidez a un par de palomas recogiendo los restos de algún alimento justo enfrente de las escalinatas; fue durante el último picotazo del ave más robusta cuando noté con asombro, la justificación de todos los inexplicables eventos, y sentí la necesidad de gritarlo. Me paré. Grité: ¡Claro, es que hoy no es miércoles!
Las palomas levantaron el vuelo.


Joetich Lesai Fanh
01-VIII-2010

martes, 27 de julio de 2010

Instrucciones para identificar la afección de extrañar

Comenzará Usted a sentir una irregularidad, un extranjerismo recorriendo todo su cuerpo, cuyo génesis es, generalmente, el estomago, para después extenderse al resto de su organismo a manera de un cosquilleo interno y ligero muy peculiar. Incluso, si coloca su mano cerca del abdomen, con un poco de suerte, notará una especie de armonía disonante en el proceso natural de su respiración. Resulta pertinente hacer notar que el respirar no es el ordinario, sino ahora se hace poco a poco más cadencioso hasta llegar a armonizar disonantemente con la sensación de cosquilleo antes mencionada. Mientras ese cosquilleo alcanza las extremidades inferiores, su mente comenzará a perder nitidez (en cuanto al entorno circundante) hasta el punto de que las formas y colores antes definidos pasen a ser el borrador de una vaga imagen. Es probable que este proceso gradual se traslape con otro proceso mental, el cual consiste en evocar al objeto que se extraña. Este objeto es evidenciado de manera inconsciente por la memoria, y pasa a primer y único plano de su atención. Inmediatamente, el cosquilleo se hará ligeramente más fuerte, como una especie de descarga eléctrica momentánea, y en algunos casos es posible presentar transpiración de manera muy tenue. Se recomienda un poco de estiramiento durante esta etapa de su patología, pues en caso de no hacerlo, la pasividad e ingravidez que presentan los músculos aunado al cosquilleo místico pueden provocar pequeños tirones y desgarres. En fin, el cosquilleo presentará esa especie de descarga cada vez que la mente juegue vilmente a presentar alguna imagen del objeto extrañado. Cabe mencionar un dato: el objeto extrañado, al cual nos referiremos como el agente patógeno, puede ser tanto un objeto inanimado, como una persona o una situación. Es de lo más común que el agente patógeno sea una persona, sobre todo si este ser guarda alguna especie de relación especial con Usted, el paciente. Retomando el tema, cuando la memoria trae una imagen o sucesión de imágenes sobre el agente patógeno (imágenes que evocan emotividad y felicidad), su cuerpo presenta características especiales, entre las cuales se cuentan la aparición de mucosa nasal y la ya mencionada respiración anormal. Los ataques debidos a la patología de extrañar suelen ser de duración variable, pues depende mucho del vínculo entre Usted, el huésped, y el agente patógeno, así como la cantidad de imágenes que el agente patógeno pueda provocar en Usted. Mientras todo esto sucede, no se sorprenda si el llanto se asoma por una ventana del lagrimal, es algo perfectamente normal y efecto secundario de esta metamorfosis. Otros efectos posibles son el enrojecimiento del cutis facial, el suspiro (¡ay, el suspiro!) en cantidades variables, el relajamiento de la mayoría de los músculos esqueléticos, la alteración en el ritmo cardiaco, la ya mencionada desconexión con el entorno circundante, la falta de concentración, entre otros. Se recomienda una bebida caliente para aliviar esta sintomatología, sobre todo cuando el fluido lagrimal y nasal es abundante, pues se corre el riesgo de una deshidratación. Aunque pocos y aislados episodios de este padecimiento resultan inofensivos e incluso hasta benéficos, si éstos son repetidos y constantes pueden resultar en severas alteraciones a la calidad de vida del paciente. En caso de sufrir irremediablemente de una situación semejante, se recomienda la visita al médico para un diagnóstico acertado y un farmacotratamiento efectivo.

CAPÍTULO SIN NÚMERO, EXTRAÍDO DE NOVELA SIN TÍTULO